Cuando Simón vio que el Espíritu se daba por la imposición de las manos de los apóstoles, les ofreció dinero, diciendo: Dadme también a mí esta autoridad, de manera que todo aquel sobre quien ponga mis manos reciba al Espíritu Santo». Hechos 8.18–19 (LBLA)
Un elemento crucial para poder ejercer influencia sobre la vida de otros es la autoridad. La autoridad de un líder puede existir simplemente por el cargo que ocupa. Pero también puede venir por el reconocimiento que le dan otros, ya sea por su conocimiento, su trayectoria o porque se ven en su vida aspectos que le otorgan un peso diferente que a las otras personas. Sea cual sea la manifestación de autoridad en la vida del líder, lo que es claro es que no podrá impactar vidas si no la tiene.
Es por esta razón que Dios siempre le confiere autoridad a las personas que ha escogido para ministrar a su pueblo. Para Moisés la credibilidad frente al pueblo era un asunto fundamental. Dios le dio tres señales que podía utilizar para convencer a aquellos que dudaban de su legitimidad (Ex 4.1–9). Cuando el Señor nombró a Josué su sucesor, ordenó una ceremonia pública para que el pueblo vea el traspaso de autoridad al nuevo líder (Nm 27.18–20). Cristo actuó de la misma manera: cuando llamó a los doce fue, entre otras cosas, para darles autoridad «para echar fuera demonios» (Mc 3.14–15). Al enviarlos de dos en dos les confirió autoridad para hacer la obra encomendada (Lc 9.1). Antes de ascender al cielo, reunió a los suyos y les anunció que les encomendaba la tarea de hacer discípulos en todas las naciones. Para esto, les reveló que toda autoridad le había sido dada en los cielos y en la tierra, de manera que la labor que les confiaba estaba respaldada por esta posición de supremacía del Mesías resucitado.
En el libro de los Hechos vemos que los apóstoles se movieron libremente en esta autoridad recibida. Su confianza en el respaldo de Dios les permitía avanzar osadamente en las situaciones más difíciles, siendo testigos de las manifestaciones más extraordinarias del Señor por medio de sus ministerios.
Fueron precisamente estas manifestaciones las que llevaron a Simón el mago -un hombre acostumbrado también a deslumbrar- a pedirle a los apóstoles que le vendieran el poder que estaban usando. Mas fue censurado duramente por los apóstoles, porque había en el corazón de Simón una burda manifestación de algo que se ha instalado muy sutilmente en el ministerio de muchos líderes: el deseo de usar la autoridad que Dios nos ha dado para nuestro propio beneficio, ya sea para llamar la atención, para ganar popularidad o para manipular a la gente. Todo esto es más que censurable. La autoridad que hemos recibido solamente puede ser usada dentro del marco de la obra a la cual hemos sido llamados, recibiendo Dios toda la gloria y el beneficio del uso, de nuestra parte, de algo que le pertenece exclusivamente a él.
Para pensar:
¿De qué formas podemos abusar del poder que hemos recibido? ¿Cómo podemos estar en guardia contra esto? ¿Qué precauciones necesitamos tomar para evitar situaciones de mal uso de la autoridad?
Shaw, C. (2005) Alza tus ojos. San José, Costa Rica, Centroamérica: Desarrollo Cristiano Internacional.
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