No hubiéramos bailado

Fue David y trasladó con alegría el Arca de Dios de casa de Obed-edom a la ciudad de David… David, vestido con un efod de lino, danzaba con todas sus fuerzas delante de Jehová… Cuando el Arca de Jehová llegaba a la ciudad de David, aconteció que Mical, hija de Saúl, miró desde una ventana, y al ver al rey David que saltaba y danzaba delante de Jehová, lo despreció en su corazón.( 2 Samuel 6.12, 14, 16)

Cierre sus ojos y sienta, por un momento, el ambiente de fiesta en esta escena; abra su corazón y déjelo vibrar con la exuberancia de los sentimientos del rey David. Dice el texto que «trasladó con alegría el Arca», que «danzaba con todas sus fuerzas delante de Jehová» y que cuando llegó a la ciudad «saltaba y danzaba delante de Jehová». ¿Lo ve al rey? Su alegría lo desborda. Salta, canta, danza, pega brincos, bate las palmas, derrama lágrimas, grita, se ríe, celebra, festeja… ¡Qué escena tan extraña para nosotros!

Digo que es extraña, porque no estamos acostumbrados a estas desaforadas manifestaciones de gozo. Nuestra espiritualidad es muy prolija. Todos nos ponemos de pie juntos. Todos nos sentamos juntos. Todos cantamos los mismos cánticos o los mismos himnos. Nuestra «celebración» está domesticada. No alcanzamos a entender el júbilo de este «loco», ¡que andaba a los saltos delante de Dios!

Puedo pensar en por lo menos tres razones por las cuales nosotros no nos hubiéramos unido a la fiesta. En primer lugar, hubiéramos estado pensando en lo que podrían decir los de nuestro alrededor. Su opinión nos es muy importante. No queremos darle lugar a nadie de que piense algo «malo» de nosotros. Por eso nos vestimos de la manera en que nos vestimos, decimos las cosas que decimos y hacemos las cosas que hacemos. Deseamos que los demás hablen bien de nosotros.

En segundo lugar, sabemos que todo debe hacerse en orden. El afán por el orden ha llevado a que nuestras reuniones sean aburridamente predecibles. Primero la bienvenida. Luego unos cantos para entrar en espíritu. Luego los anuncios y la ofrenda. Quizás algún testimonio. Después, la proclamación de la Palabra. Reunión tras reunión, el mismo programa «ordenado».

En tercer lugar, nosotros los líderes no hubiéramos dado tal espectáculo, quizás porque sabíamos que nuestras esposas nos iban a condenar, como lo hizo Mical. No queriendo experimentar su desprecio, preferimos adaptar y controlar nuestra experiencia espiritual. ¿No es esta, acaso, una buena manera de mostrar nuestro amor por ellas?

Sin embargo sospecho que, en lo secreto de nuestros corazones, nos sentimos atraídos por este rey danzante. Si pudiéramos echarle mano a un poco de su entusiasmo… ¡cuán diferentes serían nuestras vidas! Si lográramos por un momento soltarnos un poquito para expresar algo más genuino, no tan ensayado… qué delicia sería vivir la vida cristiana. Si nos animaríamos a hacer a un lado, por un momento, nuestro programa estructurado, para que él irrumpa en medio nuestro como un torrente… qué diferentes seríamos.

¿Será por esto que Dios llamó a David un hombre conforme al corazón de Jehová? ¡Cómo amaba este varón las cosas de Dios!

Oración:

«Señor, derriba mis estructuras, mis programas y mis conceptos, para conducirme por el camino que anduvo David. Despierta en mí ese espíritu alocado de celebración. ¡Qué tú puedas ser para mí, motivo de fiesta, todos los días, siempre!»

Shaw, C. (2005) Alza tus ojos. San José, Costa Rica, Centroamérica: Desarrollo Cristiano Internacional.

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