Nuestra búsqueda de Dios

Mi corazón ha dicho de ti: «Buscad mi rostro».Tu rostro buscaré, Jehová. (Salmo 27.8)

En el texto de hoy el salmista comparte un importante dato acerca de la forma que se produce en nosotros la manifestación de la vida espiritual. Una de las secuelas que ha dejado el pecado en nosotros es que nos ha llevado a considerar que somos los protagonistas de todo lo que acontece a nuestro alrededor. Nuestra perspectiva egoísta nos ubica en el centro de la realidad en la cual estamos insertos. Nos cuesta concebir la vida sin nuestra participación en ella, entender que el mundo se mueve en forma absolutamente independiente de nuestra existencia.

Este concepto es el que más entorpece nuestro desarrollo espiritual, pues insistimos en creer que somos nosotros el «motor» que impulsa nuestra devoción. Nuestra perspectiva distorsionada nos ubica en el plano que realmente le corresponde a Dios y por esta razón perdemos mucho tiempo intentando lograr cosas que no son nuestra responsabilidad. Me explico: nuestra perspectiva de la vida espiritual es que nuestro acercamiento a Dios depende de nuestro propio esfuerzo. Al no poseer la disciplina suficiente como para cultivar una relación profunda y prolongada, nos desanimamos. «Yo busco a Dios», nos lamentamos, «pero no consigo entablar una relación significativa con él». Nos condenamos por nuestra falta de devoción y realizamos interminables promesas de comenzar de nuevo. Pero nuestra actividad siempre termina en el mismo lugar: ¡alcanzar al Señor parece cosa tan difícil!

El salmista, que no poseía la comprensión de la obra del Espíritu que tenemos nosotros, da testimonio de que escucha en su corazón un mensaje: «Buscad mi rostro». Esta voz interior no es más que la voz misma de Dios, pues las palabras están expresadas como una invitación divina. Como resultado de haber percibido este convite el salmista responde y pasa a disfrutar del encuentro con la persona de Dios. Note cuán sencillo es el proceso y cuán fácil es «encontrar» al Señor con este procedimiento. La sencillez se debe, precisamente, al hecho de que es Dios mismo el que nos está buscando, ¡mucho antes de que nosotros hayamos elaborado nuestro proyecto para alcanzarlo a él!

¿En qué consiste, entonces, esta relación con el Señor? ¿Cuáles son las dinámicas que gobiernan estos encuentros espirituales? En primer lugar, debemos echar por la borda nuestras propias técnicas y metodologías para entablar una relación con él. No somos nosotros los que impulsamos la relación, sino él. Es necesario que nos relajemos y permitamos que él nos seduzca con sus invitaciones. Para esto debemos aprender a aquietar el bullicio interior que acompaña nuestra existencia cotidiana. El Padre anhela esa relación con nosotros y buscará, de mil maneras diferentes, compartir ese mismo mensaje que impartió al salmista: «buscad mi rostro».

Si lográramos entender que él insiste todo el tiempo en acercarse a nosotros, percibiríamos que todo nuestro esfuerzo es innecesario. No tenemos que salir a buscarlo, porque él ha salido a buscarnos a nosotros. En esa actitud de quietud interior podremos comenzar a escuchar las seductoras invitaciones que nos hace y podremos responder: «tu rostro buscaré, Jehová».

Para pensar:

No hemos sido llamados a encontrar a Dios, sino a dejarle a él que nos encuentre a nosotros.

Tomado con licencia de:

Shaw, C. (2005) Alza tus ojos. San José, Costa Rica, Centroamérica: Desarrollo Cristiano Internacional.0000

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