Entonces dijo a sus discípulos: «A la verdad la mies es mucha, pero los obreros pocos. Rogad, pues, al Señor de la mies, que envíe obreros a su mies». (Mateo 9.37–38)
Levantar nuevos obreros es uno de los grandes desafíos que nos presenta la tarea pastoral. La formación de líderes en nuestras congregaciones asegura que la obra continuará aun cuando no estemos personalmente presentes para realizarla. Además, los obreros que formarán parte de nuestro equipo serán indispensables para distribuir correctamente la carga de trabajo. De esta manera nos aseguramos que ninguna persona sufra un desgaste anormal por el peso de la obra. La formación de obreros requiere, por lo tanto, actitudes de seriedad y responsabilidad.
En el texto del Evangelio de Juan, Cristo le dijo a los discípulos: «Alzad vuestros ojos y mirad los campos, porque ya están blancos para la siega» (4.35). Este pequeño movimiento, de alzar los ojos, es el principio del proceso de formación de obreros. Cuando caminamos mirando hacia el piso es porque estamos inmersos en nuestro propio mundo. La realidad a nuestro alrededor no entra dentro de nuestra perspectiva. No la percibimos, y al no percibirla no podemos tomar conciencia de su existencia. Al levantar los ojos reconocemos todo un mundo a nuestro alrededor, habitado por individuos como nosotros, con sus problemas, sus luchas, sus dificultades y sus frustraciones. Cada uno de ellos ha sido creado para una relación exclusiva con el Padre. Al verlos, debemos sentir en nuestro espíritu la angustia de Cristo, que los veía como ovejas sin pastor.
La dimensión de la obra también se manifiesta con esta mirada a nuestro alrededor. Cristo le señalaba a sus discípulos los campos, no un pequeño jardín. La tierra se extendía delante de ellos, sembrada y lista para la cosecha. Una sola persona no iba a poder cosechar toda esa extensión de campo. Se requeriría de la ayuda de muchas manos para poder hacer la obra. De igual forma, es bueno que los que estamos sirviendo en la casa del Señor nos sintamos abrumados por la inmensidad de la labor que tenemos por delante. Existen demasiados pastores que están convencidos de que ellos solos pueden llevar adelante toda la carga sin la ayuda de nadie. Esta actitud de suficiencia es contraproducente para la iglesia, pues no deja de ser más que una fantasía. Ningún hombre puede cosechar solo todo el campo.
El ver la inmensidad de la obra no debe conducirnos a un desesperado intento por realizar la obra, sino a caer de rodillas. Jesús le decía a los discípulos que su primera responsabilidad era apelar al dueño de los campos. Hemos intentado sustituir esta sagrada labor apelando, por medio de la culpa, a las personas que son parte de nuestras congregaciones. No obstante, Dios es el que tiene que movilizar a su pueblo. Haríamos bien en hablarle menos a la gente y hablarle más al Padre. ¡De seguro habría más obreros en su casa si nosotros dedicáramos más tiempo a la oración!
Para pensar:
«En aquellos días él fue al monte a orar, y pasó toda la noche orando a Dios. Cuando llegó el día, llamó a sus discípulos y escogió a doce de ellos» (Lc 6.12–13).
Tomado con licencia de:
Shaw, C. (2005) Alza tus ojos. San José, Costa Rica, Centroamérica: Desarrollo Cristiano Internacional.0000
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