Mi oración es que los ojos de vuestro corazón sean iluminados, para que sepáis… Efesios 1.18 (LBLA)
¿Qué temas incluye en sus oraciones por la gente a la cuál ministra? Yo encuentro que a veces me concentro en pedirle a Dios por trivialidades que no son de verdadero peso en la vida espiritual. Cuando veo que mi tendencia es hacia esto, vuelvo a estudiar las oraciones de Pablo por las iglesias que había fundado (Ef 1.15–23; 3.14–19; Flp 1.4–6; Col 1.9–12). ¡Qué profundidad de percepción hay en estas plegarias! Cuán claro era el entendimiento del apóstol acerca de las cosas que verdaderamente son una parte esencial de la vida espiritual.
La frase de hoy, que es parte de un pedido más extenso, es un excelente ejemplo de esta realidad. Con frecuencia lo que más traba la vida del hijo de Dios es su fijación en las realidades de esta vida terrenal y pasajera. Ve las circunstancias con los ojos físicos que el Señor le ha dado. Contempla sus relaciones a través de una perspectiva netamente humana. Mira sus recursos y los mide con los mismos parámetros que usa el hombre de la calle. El resultado de todo esto es que su andar sufre permanentes limitaciones por la deficiencia de visión. Se deprime; siente miedo; se angustia; se enoja; y queda preso de todas estas emociones negativas.
Pablo comienza su oración pidiéndole a Dios que active los ojos del corazón de cada uno de los miembros de la iglesia de Éfeso. La frase es sencilla pero encierra una imagen muy gráfica. El hombre espiritual, hemos de entender, posee dos pares de ojos. Con los ojos físicos ve la realidad del mundo natural en el que se mueve a diario. Pero con los ojos del corazón, que solamente pueden ser abiertos por el accionar del Espíritu, ve las cosas que pertenecen exclusivamente al mundo espiritual. Como las cosas del mundo espiritual son las que verdaderamente tienen peso eterno, esta segunda visión es mucho más importante que la primera.
Medite un momento en la persona de Jesús y piense en todas las veces que él vio cosas que otros no veían. Considere, por ejemplo, su lamento por Jerusalén (Lc 19.41–44). Cuando la vio, lloró. Donde otros veían edificios, calles y multitudes, Cristo veía una ciudad que no reconocía el tiempo de su visitación. Piense en el regreso de los setenta. Ellos estaban entusiasmados por la obra que habían llegado a realizar. Cristo vio a Satanás caer del cielo como un rayo (Lc 10.18). ¿Y qué de la mujer samaritana? Los discípulos veían a una mujer con la cual no se podía hablar (Jn 4.27). Jesús veía una oportunidad en su ministerio, producida por el Espíritu. Lo mismo se puede decir del joven rico. Quienes lo rodeaban veían a un hombre piadoso, deseoso de alinear su vida con el reino. El Señor veía a un hombre cuyo dios era el dinero (Lc 18.22).
Para pensar:
Ver la realidad espiritual es fruto del accionar del Espíritu. Pero también es consecuencia de una disciplina de nuestra parte. Pablo testificaba que, en medio de las permanentes pruebas, decidía no poner su vista «en las cosas que se ven, sino en las que no se ven, pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas» (2 Co 4.18).
Shaw, C. (2005) Alza tus ojos. San José, Costa Rica, Centroamérica: Desarrollo Cristiano Internacional.
Comentarios
“El hombre espiritual posee dos pares de ojos. Con los ojos físicos ve la realidad del mundo natural. Con los ojos espirituales ve la verdad del mundo espiritual.”
Señor, ábrenos los ojos espirituales, para ver lo que estás haciendo, y sumarnos según tu voluntad. Amén! 🙏🏻 🙌🏻