LA PALABRA COMO SEMILLA: ¿Cómo Puede Transformar Tu Vida?

La poderosa parábola del sembrador y los diferentes destinos de las semillas traen una gran enseñanza para nuestras vidas. Aprende cómo la Palabra de Dios puede germinar y dar frutos abundantes dependiendo del terreno de tu corazón. ¿Sabías que cada tipo de suelo representa una actitud diferente hacia la Palabra? ¡No te quedes sin entender! Jesús te invita a preguntar y buscar respuestas. Lee el relato completo y profundiza en esta enseñanza transformadora aquí.

En una ocasión Jesús se sentó junto al mar de Galilea. Al acercarse la multitud se sentó en una barca y comenzó a enseñarles. Estar en la barca le proveía de una plataforma y mantenía a las personas a una distancia que le permitía enseñarles. Y utilizaba parábolas para enseñar a la gente; este momento está registrado en tres de los evangelios. Los relatos son prácticamente idénticos con pequeñas diferencias; aquí está el del Evangelio de Mateo: “Y les habló muchas cosas por parábolas, diciendo:

He aquí, el sembrador salió a sembrar. Y mientras sembraba, parte de la semilla cayó junto al camino; y vinieron las aves y la comieron. Parte cayó en pedregales, donde no había mucha tierra; y brotó pronto, porque no tenía profundidad de tierra; pero salido el sol, se quemó; y porque no tenía raíz, se secó. Y parte cayó entre espinos; y los espinos crecieron, y la ahogaron. Pero parte cayó en buena tierra, y dio fruto, cuál a ciento, cuál a sesenta, y cuál a treinta por uno. El que tiene oídos para oír, oiga”. Mateo 13:3-9 (RVR60).

Sin duda era una ilustración con la que la multitud podía identificarse, ya que el sembrar en esa región era algo muy común; no dudo que algunos de los que estaban ahí quizás venían de hacer precisamente eso, sembrar.

Jesús presenta cuatro situaciones distintas, con una constante. La constante es la semilla que soltó el sembrador, la variable es el tipo de suelo donde cayó; solo el 25% dio fruto. Es por eso que anteriormente dijimos que era un sembrador bastante malo. Pareciera que estaba desperdiciando las semillas que soltaba.

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Los primeros tres tipos de suelo no produjeron fruto, tuvieron situaciones adversas que evitaron que la semilla diera fruto. La primera ni siquiera tuvo oportunidad de echar raíces, esta es la semilla que cayó en el camino: solo sirvió de alimento para las aves. La segunda cayó entre pedregales, las piedras hicieron que la semilla no tuviera profundidad ni el medio adecuado para echar raíces, y aunque creció un poco, el sol terminó por consumirla. La tercera es una semilla que cayó entre espinos, y siendo así, no tuvo ninguna oportunidad de crecer, ya que los espinos la ahogaron. Pero la cuarta tuvo un resultado muy distinto: no solo dio fruto, sino que dio una cantidad de fruto que no era común ver. Jesús dice que esa semilla que cayó en buena tierra dio fruto a ciento por uno, sesenta por uno y treinta por uno.

LOS DISCÍPULOS HACEN PREGUNTAS PORQUE BUSCAN RESPUESTAS

¿Qué quiere decir esto? Que, por una semilla sembrada, el sembrador obtuvo cien semillas, o sesenta o treinta. Solo en una ocasión observamos en el relato bíblico a un hombre que tuvo este tipo de cosecha abundante, su nombre era Isaac, el hijo de Abraham.

“Y al ver sus vecinos que obtenía ese tipo de cosecha, prefirieron pedirle que se alejara de esa región, ya que se estaba convirtiendo en una amenaza para ellos. Isaac había prosperado tanto con este tipo de cosecha que se engrandeció y en palabras de Abimelec: se hizo muy poderoso”. (Génesis 25:12-16).

El tipo de cosecha de la que Jesús está hablando es aquella que hace rico al sembrador, lo hace próspero y muy poderoso. La exageración es evidente, y siendo algo pocas veces visto, me imagino que aquellos que escuchaban la parábola se sorprendieron al llegar a esta parte. Cuando terminó de enseñar, los discípulos se acercaron a preguntarle qué quería decir con aquella parábola. Los discípulos no quieren quedarse con la duda, hacen preguntas porque buscan respuestas. ¿No estás agradecido de que hayan preguntado por su significado? Me encanta ver que Jesús los atiende, se toma el tiempo para explicarles. ¿Sabes qué? Puedes acercarte con confianza a Jesús, sabiendo que no le molesta que le hagas preguntas, él está más que dispuesto a responder.

Cuando responde, Jesús les dice a sus discípulos:

“la semilla es la Palabra de Dios” (Lucas 8:11)

Es interesante que se presente a la Palabra como una semilla porque nos invita a meditar en lo poderosa que es una semilla. En esa pequeña semilla se encuentra toda la información para poder germinar y desarrollarse, hasta llegar a ser un árbol que da fruto, un fruto que dentro de sí mismo contiene semilla.
Jesús, ya en privado, les dice a sus discípulos:

“Oíd, pues, vosotros la parábola del sembrador: Cuando alguno oye la palabra del reino y no la entiende, viene el malo, y arrebata lo que fue sembrado en su corazón. Este es el que fue sembrado junto al camino. Y el que fue sembrado en pedregales, este es el que oye la palabra, y al momento la recibe con gozo; pero no tiene raíz en sí, sino que es de corta duración, pues al venir la aflicción o la persecución por causa de la palabra, luego tropieza. El que fue sembrado entre espinos, éste es el que oye la palabra, pero el afán de este siglo y el engaño de las riquezas ahogan la palabra, y se hace infructuosa. Mas el que fue sembrado en buena tierra, éste es el que oye y entiende la palabra, y da fruto; y produce a ciento, a sesenta, y a treinta por uno”. Mateo 13:18-23 (RVR60)

Cada tipo de suelo donde cae la semilla representa un tipo de persona que, al escuchar la Palabra del Reino, produce diferentes resultados.

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LOS OBSTÁCULOS

El primero, aquella semilla sembrada junto al camino, representa a la persona que oye la Palabra y no la entiende; inmediatamente viene el malo y la quita del corazón. El malo en los otros evangelios es identificado como el diablo, como Satanás. Y al parecer él tiene un gran interés en que esa semilla no dé fruto, que no germine. Tenemos que considerar, si aún no lo hemos hecho, que enfrentamos una guerra espiritual cuando se enseña la Palabra. Y Satanás tiene una gran razón por la que desea quitar esa semilla; él sabe que si creen la Palabra se salvarán. (Lucas 8:12).

No solo lo sabe, lo cree. Tiene confianza en que, si esa Palabra es oída y entendida, el corazón de esa persona puede ser transformado. Pedro ya nos había dicho que esa semilla incorruptible nos hace renacer. Santiago también lo dice:

“Él quiso darnos vida por medio de la palabra de verdad, para que fuéramos los primeros frutos de su creación”. (Santiago 1:18)

UN ÁRBOL QUE DA FRUTO NO SE ALIMENTA DE ESE FRUTO. EL FRUTO ES PARA QUE ALGUIEN MÁS SEA NUTRIDO.

Satanás sabe que la Palabra de Dios tiene poder para salvar; quizás la pregunta que nosotros debemos hacernos es: ¿lo sabemos nosotros? ¿Sabemos que cada vez que enseñamos la Palabra, que soltamos la semilla, puede resultar en salvación? ¿Lo creemos? El segundo, aquel que oye la Palabra e inmediatamente le llena de gozo, pero no perdura. Se compara con la semilla que cae entre las piedras; como no está sembrada en tierra, no puede echar raíz y tiene una germinación, pero no es duradera. Al llegar las aflicciones o la persecución por causa de la Palabra, tropiezan, se apartan.

Las personas que escuchan la Palabra en alguna de nuestras reuniones van a regresar a casa y enfrentarán situaciones que ni nos imaginamos. Al no conocer su entorno familiar o laboral, no sabemos qué enfrentan; podrían ser desde burlas hasta persecución por la fe que ahora han decidido abrazar. El tercero, los que fueron sembrados entre espinos. Los espinos ahogan cualquier intento de crecimiento que tenga la planta. Así, aquellos que escuchan enfrentan un mundo que se caracteriza por el afán constante, que persigue las riquezas pensando que estas van a proveerles seguridad, estabilidad o incluso gozo.

Por un lado, el afán nunca termina; el mismo Jesús dijo que cada día trae su propio afán, sus propios problemas (Mateo 6:34). Es por eso que Dios nos dio la oración, con el fin de que nada nos afane y nos paralice, su promesa a través de la oración es paz. Por otro lado, las riquezas son efímeras, no podemos poner nuestra esperanza en ellas. Nuestra confianza debe estar en Dios, quien siempre nos proporciona todas las cosas en abundancia para que las disfrutemos (1 Timoteo 6:17).

Este mundo nos invita a perseguir aquellas cosas que, aparentemente, van a darnos satisfacción; ese es el engaño que domina nuestras acciones. Que nos esclaviza. Y esa esclavitud, tristemente, puede llegar a prolongarse toda la vida. Jesús vino a librar a los cautivos, y su testimonio lo encontramos en las Escrituras.

Así que, mientras enseñamos la Palabra, mientras sembramos semillas, cada una de estas cosas intentan hacer infructuosa a esa semilla. Sí, la semilla tiene la capacidad de salvar, de dar vida, de transformar. Una semilla es poderosa pero su poder se despliega solo si está sembrada en el lugar correcto. ¿Cuál es ese lugar correcto? Jesús lo llama así: buena tierra. El lugar propicio para que esa semilla germine. Este tipo de suelo representa al que fue sembrado en buena tierra, el que oye la Palabra y la entiende. El resultado es aquel que describimos hace unos momentos, una vida próspera, rica. Una vida abundante en fruto.

Una de las cosas que hace poco comprendí, y que en mi mente le dio sentido al caminar diario de un discípulo, fue el darme cuenta de que un árbol que da fruto no se alimenta de ese fruto. El fruto es para que alguien más sea nutrido; es otro el que recibe los nutrientes al estar en contacto con ese fruto. Me gusta pensar que los demás son refrescados con el fruto de ese árbol frondoso.

Cuando una persona llega a entender la Palabra y es expuesta a su poder, ya no vuelve a ser igual. Es transformada de manera tal que se refleja en su propio caminar, en sus relaciones interpersonales, en cada lugar en donde se encuentre, en la casa, en el trabajo, en la escuela, en todo lugar. Cuando observamos la misma parábola en los tres evangelios donde es relatada, aprendemos aún más detalles, fíjate:

“Mas el que fue sembrado en buena tierra, éste es el que oye y entiende la palabra…”. (Mateo 13:23 RVR60)

“Y estos son los que fueron sembrados en buena tierra: los que oyen la palabra y la reciben…”. (Marcos 4:20 RVR60)

“Mas la que cayó en buena tierra, estos son los que con corazón bueno y recto retienen la palabra oída, y dan fruto con perseverancia”. (Lucas 8:15 RVR60)

Sin duda, la diferencia que hay entre los diferentes tipos de suelo tiene que ver con la actitud de aquel que recibe la semilla. Los primeros tres solo oyen la Palabra, pero no la entienden, mientras que, en el último caso, no solo oyen, sino que también la entienden, la reciben, la retienen. Su actitud es muy distinta. Sí, sé lo que estás pensando. Esta parte ya no es responsabilidad del que enseña sino del que escucha, y es cierto.

Pero creo que es nuestra responsabilidad hacer todo lo posible por enseñar de tal manera que las personas que nos escuchan entiendan la Palabra. Qué triste sería que yo esté colaborando con Satanás, con las aflicciones, las persecuciones, con los afanes y el engaño de las riquezas. Un pobre desempeño de mi parte puede ser un obstáculo para lograr el objetivo que tiene mi predicación: que crean y se salven.

MIS PALABRAS NO SE PUEDEN COMPARAR CON SU PALABRA; SU PALABRA ES SEMILLA INCORRUPTIBLE QUE PERMANECE PARA SIEMPRE.

Charles Spurgeon da en el clavo cuando dice: “Por hermosa que sea la canasta del sembrador, es cosa enteramente inútil si no contiene semilla”.1 Primero necesito asegurarme de que estoy sembrando la semilla de la Palabra de Dios, que no sean mis palabras, mis opiniones, mis historias o testimonios lo que estoy sembrando, por más sorprendentes que sean. Mis palabras no se pueden comparar con su Palabra; su Palabra es semilla incorruptible que permanece para siempre. Cuando Pedro nos dice que su Palabra permanece para siempre, ¿te diste cuenta de con qué la comparó?

“‘Todo humano es como la hierba, y toda su gloria como la flor del campo; la hierba se seca y la flor se cae, pero la palabra del Señor permanece para siempre’. Y esta es la palabra del evangelio que se les ha anunciado a ustedes”. (1 Pedro 1:24-25).

La comparó con el ser humano, con la gloria que él busca, de la cual dice que es como hierba, como la flor del campo, que un día es y al siguiente ya no es. Qué ingenuo y triste es pensar que mis palabras o las palabras de otro ser humano pueden mover o inspirar a las personas. Confiemos en el poder de la Palabra de Dios, sembremos con esperanza, con confianza. Dejemos el resto en las manos de Dios, sin dejar de orar para que los que me escuchen tengan la actitud adecuada, para que esa semilla dé fruto.


Tomado con licencia de la revista LIDER 625, edición 30, “ENSEÑAR LA BIBLIA EN EL SIGLO XXI”

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