Yo os restituiré los años que comió la oruga, el saltón, el revoltón y la langosta, mi gran ejército que envié contra vosotros. Comeréis hasta saciaros, y alabaréis el nombre de Jehová, vuestro Dios, el cual hizo maravillas con vosotros; y nunca jamás será mi pueblo avergonzado.( Joel 2.25–26)
Las profecías de Joel vienen a un pueblo que ha sufrido duras experiencias de pérdida. En una campaña militar tras otra, diferentes agresores destruyeron paulatinamente las ciudades y despojaron a los israelitas de su ganado, su cosecha y sus bienes materiales. Una serie de calamidades naturales, tales como plagas de langostas y períodos de intensa sequía, habían también diezmado los recursos del pueblo.
El pasaje de hoy nos da una clara y precisa descripción de los objetivos de Dios para con su pueblo. Revela que todas las circunstancias y los acontecimientos en la vida del ser humano están al servicio de los propósitos eternos. Él ordena todas las circunstancias para que cumplan una función espiritual y su mano está presente en todo.
Es importante que nosotros entendamos esto porque, en tiempos de calamidad, creemos que Dios se ha olvidado de nosotros o que la situación se le ha escapado de las manos. En la tormenta sobre el Mar de Galilea, por ejemplo, los discípulos despertaron a Jesús y le reprocharon que a él no le importaba lo que les estaba pasando. El Señor, sin embargo, no solamente conoce lo que está sucediendo, sino que él mismo es el que encausa los acontecimientos para lograr en nosotros ciertos cambios. En ningún momento deja de ejercer su soberanía absoluta sobre todos los elementos, pues él es Creador y dispone de todo como a él le place.
El segundo principio que vemos en el texto de hoy es que las calamidades, adversidades y dificultades tienen una «vida útil». Es decir, no han sido enviadas para atormentar indefinidamente al ser humano. Las dificultades han sido enviadas por un tiempo. Ni bien han cumplido con el objetivo divino, son quitadas y Dios restaura lo que se ha perdido. Este es un principio que vemos en diversos lugares en la Palabra. En la vida de Job, por ejemplo, cuando terminó la prueba Dios quitó la aflicción y le devolvió el doble de todo lo que había perdido (Job 42.10). José, luego de sus años de esclavitud y prisión, alcanzó las más altas esferas gubernamentales, con todas las riquezas del país a su disposición. Cuando Cristo terminó su confrontación con el diablo en el desierto vinieron ángeles a él que le ministraban (Mt 4.11).
El cumplimiento de este principio revela el corazón tierno de Dios, cuyo deseo principal es bendecir y prosperar a sus hijos. No necesitamos rogarle que nos bendiga porque él está deseoso de hacerlo. Cuando ha terminado de probarnos, automáticamente restituye y multiplica su favor sobre nuestras vidas. Como observa el salmista, «porque por un momento será su ira, pero su favor dura toda la vida. Por la noche durará el lloro, y a la mañana vendrá la alegría» (30.5).
Para pensar:
¿Cómo reacciona a la disciplina de Dios? ¿Qué elementos le advierten que el Señor intenta disciplinar su vida? ¿Cómo puede descubrir el propósito de la disciplina del Señor?
Tomado con licencia de:
Shaw, C. (2005) Alza tus ojos. San José, Costa Rica, Centroamérica: Desarrollo Cristiano Internacional.0000
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