Nosotros lo amamos a él porque él nos amó primero. (1 Juan 4.19)
Con frecuencia me he encontrado con cristianos frustrados. Ellos están procurando por todos los medios tener algún encuentro con Dios. Exclaman con desilusión: «¡Yo le busco y trato de agradarlo en todo, pero él no me contesta! Es como si estuviera ausente». La frustración de estas personas es real. Pero no tiene que ver con la falta de respuesta del Padre, sino con un concepto errado que se ha hecho fuerte entre nosotros.
Es que muchos creemos que Dios es más parecido a nosotros que al Dios que describe la Biblia. Es un ser que es selectivo en escoger con quién se relacionará. A unos pocos, los favorece con extraordinarias experiencias y los visita con su favor. El resto de nosotros parecemos tener alguna característica que nos descalifica para llegar a esta clase de experiencia. El resultado es que pasamos gran parte de nuestro tiempo tratando de modificar nuestras vidas para que él se fije en nosotros.
En esta versión de la vida espiritual, Dios es distante e indiferente con nosotros. Debemos encontrar la manera de convencerlo para que tenga en cuenta nuestra vida, para que le dé un poco de importancia a lo que nos está aconteciendo. De alguna manera necesitamos seducirlo para que también nos ame.
Nuestro Padre, sin embargo, no es un padre caprichoso como lo pudieron ser algunos de nuestros padres terrenales. Su interés en estar cerca nuestro es mayor que todo el fervor y la pasión que nosotros podamos tener hacia su persona. Él anhela participar de nuestra vida y entregarnos la bendición que ha preparado para sus hijos. No necesita que nadie lo convenza para hacer esto, porque quien ha tomado la iniciativa para buscarnos es él. «No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca; para que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre, él os lo dé» (Jn 15.16).
¿Qué demanda de nosotros este cambio de óptica? Que nos relajemos un poco y dejemos que él nos ame. Cuando hayan cesado nuestros esfuerzos desesperados por alcanzarlo, comenzaremos a darnos cuenta de que ya hemos sido alcanzados por su amor, y que, cada día, de mil maneras diferentes nos hace notar que él nos busca con amor eterno.
Dios no puede ser conquistado por la fuerza. ¡Debemos ser como niños, y dejarle a él que nos seduzca con su incomparable amor!
Para pensar:
El autor Thomas Kelly, que escribió una pequeña gema llamada Un testamento de devoción, nos hace notar: «En esta época humanística, suponemos que el hombre es el que inicia y Dios el que responde. Pero el Cristo viviente en nosotros es el que inicia y nosotros somos los que respondemos. Dios el amante, el seductor, el que revela la luz y las tinieblas es el que invita. Y toda nuestra aparente iniciativa no es más que respuesta, un testimonio a su presencia y obra secreta dentro de nosotros».
Tomado con licencia de:
Shaw, C. (2005) Alza tus ojos. San José, Costa Rica, Centroamérica: Desarrollo Cristiano Internacional.
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