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PUEDO, PERO… ¿DEBO?

Vivimos en una época en la que casi todos peleamos por el derecho a la libertad; más aún, muchos pelean por hacer lo que me da la gana. Una versión más moderada es aquella en la que alguien dice: Si no le hago daño a nadie, ¿verdad que puedo hacer tal cosa?

Parece que uno de los valores principales de la cultura actual es la libertad, siempre y cuando sea administrada por cada persona, sin someterse a reglas o límites casi de ninguna clase.

El apóstol Pablo afrontó preguntas provenientes de una iglesia cristiana que parecía luchar no por su libertad sino por una especie de libertinaje egoísta y dañino. Efectivamente, en el capítulo 6 de su primera carta a los corintios instruye a toda la congregación a tomar decisiones sabias con relación a lo que hacían con su cuerpo; específicamente, los versículos 12 y 13 de ese capítulo ofrecen cuatro principios que nos ayudan a decidir correctamente en relación a todas las actividades y acciones que podemos hacer cada día.

SIEMPRE HABRÁ RAZONES, AUNQUE SOLO SEAN EXCUSAS

Aparentemente, en la iglesia en Corinto había un grupo de personas que justificaba ciertas acciones (y aun adicciones) con ciertos «lemas» que los hacían ver como gente progresista o de avanzada: uno de ellos aparece en el versículo 12 («Todo me está permitido») y el otro en el versículo 13 («Los alimentos son para el estómago y el estómago para los alimentos»).

Al igual que todas las tentaciones peligrosas, estas ideas tenían algo de verdad. Es verdad que todo aquello que no es prohibido explícitamente como pecado parece estar permitido; además es verdad que, ya que Dios hizo el cuerpo con ciertos deseos naturales (como la necesidad de comer, dormir, descansar, o como en este caso el deseo sexual) y proveyó medios para satisfacerlos (como la comida, el sueño o las relaciones sexuales), lo normal es que el ser humano lo haga. Sin embargo, Pablo invita a sus lectores a ir más allá de esas normas básicas aceptadas socialmente y tomar decisiones maduras y sabias, basadas en principios más altos que promueven la libertad, pero también el cuidado del cuerpo.

PRIMER PRINCIPIO:
¿QUÉ BENEFICIOS TRAE ESTA ACTIVIDAD?

Ante el lema de «todo está permitido», el apóstol Pablo contrapone la frase «no todo es para mi bien»; en otras palabras, el beneficio o conveniencia para la persona se establece como un criterio a seguir para administrar correctamente la libertad.

Efectivamente, la idea contemporánea que dice que ser libre significa hacer lo que a uno se le antoja es limitada y relativizada por un principio que contiene mucho sentido común: es necesario pesar el beneficio que cierta actividad dejará. ¿A qué tipo de beneficio se refería el apóstol? Es muy posible que él haya dejado la frase un poco ambigua con el propósito de permitirle al lector llegar a conclusiones en varias áreas; así, por ejemplo, podría referirse a la conveniencia de mantener el cuerpo libre de abusos o prácticas dañinas, o por otro lado, podría significar que no conviene colocar los deseos personales por encima de la voluntad de Dios, especialmente en lo que se refiere al cuerpo y a las relaciones sexuales, ya que ese es el tema de los versículos posteriores. Sea como sea, parece que el apóstol da por sentado que todos estarían de acuerdo en que lo beneficioso o no de una actividad es una limitación para un posible libertinaje.

En nuestros días, algunas aplicaciones de este principio podrían ser los siguientes: aunque no puede decirse que utilizar las redes sociales sea específicamente un pecado, cada uno debe discernir si es beneficiosa o conveniente la manera en la que las usa. Así, si tienes tendencia al chisme, al enojo o al insulto cuando publicas o lees algo, quizás debas considerar la posibilidad de abandonar tus redes (al menos por un tiempo); por otra parte, si te cuesta hacer tus deberes escolares o familiares por causa de los videojuegos, quizás sea conveniente renunciar a ellos para colocar tus prioridades en orden. Por último, si comes o bebes algo que sabes que daña tu cuerpo, deberás ser honesto y aceptar que tal cosa no beneficia tu cuerpo. Este será el inicio para cambiar los hábitos perjudiciales o inadecuados.

SEGUNDO PRINCIPIO:
¿QUIÉN DOMINA A QUIÉN?

El hecho de que Pablo repita el eslogan de los corintios parece indicar que era una idea favorita para justificar algunas conductas. Además de apelar a la conveniencia o beneficio de cada actividad, ahora Pablo señala una de las características de toda adicción: llega a dominar a la persona («no dejaré que nada me domine»).

Esta idea está en oposición directa a la idea de que si yo hago lo que me da la gana, entonces soy libre. De hecho, esta parte del texto parece ser un eco de las famosas palabras de Jesús: «Les aseguro que todo el que hace pecado es esclavo del pecado» (Juan 8:34). El apóstol Pedro lo dice así: «Cada uno es esclavo de aquello que lo ha dominado» (2 Pedro 2:19). Parece, más bien, que muchos son esclavos de actividades motivadas por la supuesta libertad de la que gozan.

Al mismo tiempo, Pablo motiva a sus lectores a rebelarse contra esa esclavitud ejerciendo —ahora sí— un libre control sobre sus propios deseos: es que el no permitir que ninguna actividad se apodere de la voluntad hace que uno comience a disfrutar de verdadera libertad. Es curioso notar que normalmente la gente se opone a los límites, pero ahora el apóstol desafía a mostrar una rebeldía contra cualquier actividad que controla la vida.

De esta manera, como puedes ver, la pregunta va más allá que un simple «¿Es pecado o no?», y se vuelve un ejercicio de sabiduría y decisiones sensatas. Cada uno, entonces, debe examinar sus hábitos, actitudes o relaciones para identificar aquellos que están luchando por dominar la vida. Por ejemplo: ¿son las pantallas quienes dominan tu tiempo? ¿Existe cierta amistad que está dominando y deformando tu manera de pensar y actuar? ¿Hay algún hábito en el cual estás atrapado? ¿Existe alguna tentación en la que inevitablemente caes? Responde estas y otras preguntas similares con honestidad, ¡y no permitas que nada ni nadie domine tus pensamientos o tus actos!

«Recuerda que aunque «puedes» hacer muchas cosas
que no son necesariamente malas, la pregunta que
debes responder con sabiduría es si «debes» hacerlas,
tomando en cuenta —entre otras cosas— los beneficios
para todo tu ser, tu verdadera libertad en Cristo y tu
pertenencia al Señor.»

TERCER PRINCIPIO: ¿QUIÉN ES EL
DUEÑO DEL CUERPO?

La idea de algunos corintios era que, ya que el cuerpo es supuestamente inferior —y además era pasajero—, entonces no importaba lo que uno hiciera con él siempre y cuando el alma se mantuviera pura. Pablo corrige esa falsa idea y afirma que, aunque es verdad que tanto el cuerpo como la comida son temporales, el cuerpo fue hecho para honrar al Señor y no solamente para satisfacer sus deseos, y por lo tanto cualquier actividad física debe ser realizada tomando en cuenta que el cuerpo es «para el Señor», es decir, para honrarlo cumpliendo su voluntad.

Además, otro argumento es que el Señor es «para el cuerpo», es decir, no solo el mismo Cristo tuvo y tiene un cuerpo sino que Él está preparando una eterna convivencia en la cual están incluidos no solamente el alma, el espíritu, el corazón, la mente y la voluntad sino también todos los aspectos mate riales representados por el cuerpo. En otras palabras: ningún ser humano existe solamente para satisfacer las funciones, deseos y necesidades corporales. Somos mucho más que materia: somos del Señor y para el Señor. ¡Qué privilegio y qué responsabilidad!

ALGUNAS CONCLUSIONES

1. No busquemos excusas o justificaciones que racionalicen actividades dañinas o inconvenientes. Para ello, debemos estar dispuestos a poner bajo evaluación nuestras ideas y razones para hacer cualquier cosa, llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo (2 Corintios 10:5).

2. Examinemos con honestidad los beneficios de cualquier hábito o actitud. No solo porque algo no sea malo significa que debemos hacerlo. No te conformes con lo mínimo; en lugar de ello, procura que tus motivaciones siempre sean las más altas.

3. Aprendamos a reconocer cuándo una actividad, persona o cosa esté ejerciendo un control malsano sobre nuestra manera de pensar o actuar. Con la ayuda del Señor, lucha en contra de todo lo que quiera dominarte y que esté fuera de la voluntad divina.

4. Utiliza tu cuerpo como un medio para dar honra a Dios y para bendecir al prójimo. Rechaza las ideas que rebajan tu cuerpo a una simple máquina que debe satisfacer sus deseos. ¡Todo tu ser es del Señor! ¡Dale gloria solo a Él!


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Altare, Fernando. Adicciones: El flagelo que la iglesia no puede ignorar. Líder 625. Edición 12. Tomado con licencia de RightNow Media. Pag. 32-33. 2018.

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