También Saúl y los hombres de Israel se reunieron, acamparon en el valle de Ela, y se pusieron en orden de batalla contra los filisteos. Los filisteos estaban sobre un monte a un lado, e Israel estaba sobre otro monte al otro lado, quedando el valle entre ellos.( 1 Samuel 17.2–3)
El texto de hoy inicia el capítulo que relata la victoria de David sobre Goliat. Como bien sabemos, este fue sólo uno de una larga historia de conflictos entre estos dos pueblos enemigos. En este incidente, sin embargo, encontramos a los israelitas paralizados por el temor. Durante cuarenta interminables días el gigante salía dos veces por día, por la mañana y por la tarde, para lanzar su desafío a los hombres del ejército de Saúl. Sin embargo, no se encontraba entre ellos un solo hombre dispuesto a hacerle frente al filisteo. Los israelitas estaban reunidos, pero de nada les aprovechaba.
Las batallas no se ganan con sólo reunir al ejército. Convocar a los guerreros es parte de la etapa preparatoria para confrontar al enemigo, pues si luego no se movilizan para iniciar las hostilidades de nada sirve que se hayan reunido. Aun cuando se trate de una multitud superior a las fuerzas del enemigo, las batallas solamente se ganan cuando se toma la decisión de entrar en combate.
De algún modo la imagen de los israelitas que acompañaban a Saúl, tan indecisos y pasivos en el momento que más firmeza se requería, nos ofrece una buena ilustración de la iglesia cuando ha perdido su rumbo. La verdad es que siempre se ha luchado contra la tendencia de convertir la reunión en un fin en sí, cuando, en realidad, el propósito de la reunión es alistar a las tropas para la batalla. No obstante, en infinidad de congregaciones el compromiso de los cristianos simplemente consiste en reunirse y desbandarse, una práctica que no afecta ni intimida en lo más mínimo al enemigo. Cuando la iglesia asume esta postura de inacción, sus enemigos se burlan de ella y la ridiculizan por su falta de ingerencia en la sociedad en que vivimos.
El propósito para el cual existe la iglesia es ser sal y luz en la tierra, para anunciar «las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable» (1 P 2.9). Esta no es más que la continuación del propósito original de Dios de crear un pueblo para sí. La bendición que entregó a este pueblo debía resultar también en bendición para aquellos que aún no habían sido alcanzados por ella, de modo que todas las naciones de la tierra llegaran a ser benditas (Gn 12.3).
Como líderes es fundamental que mantengamos los ojos sobre esta realidad. Nuestra función no es proveer una interminable sucesión de reuniones para que el pueblo de Dios esté entretenido. Convocamos a los hijos de Dios para capacitarlos «para la obra del ministerio» (Ef 4.12), y tenerlos en un estado de pasividad atenta contra los propósitos mismos para los cuales fueron comprados. La iglesia, cuando funciona con la dinámica correcta, se reúne para luego salir a conquistar nuevos territorios del enemigo. Esta es su vocación, y ¡ni las puertas del Hades podrán contra ella!
Para pensar:
«La misión sustenta tanto a la iglesia como las llamas el fuego». E. Brunner.
Tomado con licencia de:
Shaw, C. (2005) Alza tus ojos. San José, Costa Rica, Centroamérica: Desarrollo Cristiano Internacional.0000
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