Ya la barca estaba en medio del mar, azotada por las olas,porque el viento era contrario. Pero a la cuarta vigilia de la noche, Jesús fue a ellos andando sobre el mar. (Mateo 14.24–25)
Los discípulos, que habían recibido instrucciones del Señor en cuanto a pasar a la otra ribera del mar, probablemente emprendieron su viaje al atardecer. El pasaje claramente nos dice que Jesús estaba solo cuando llegó la noche. El Mesías llegó hasta ellos en algún momento, durante la cuarta vigilia, el período que se extendía entre las tres y las seis de mañana. Podemos, entonces, estimar que habían pasado al menos nueve horas en el agua, intentando realizar un viaje que normalmente duraría apenas una hora.
Imagine usted cuál puede haber sido el estado de los discípulos en ese momento. Físicamente estarían sumamente cansados. A la fatiga de estar batallando contra el feroz viento que no les permitía avanzar se le sumaría el cansancio de toda una noche desvelados. Y esto venía después de un día de intenso ministerio con emociones fuertes y encontradas.
¿Cómo se sentirían los discípulos? ¿Cómo se hubiera sentido usted en esta situación? Estaban acostumbrados a que Cristo siempre proveyera las directivas y las palabras necesarias para orientar sus vidas en tiempos de dificultad. Pero Cristo no estaba con ellos. Seguramente algunos de ellos se preguntaba por qué se le había ocurrido al Maestro enviarlos solos. ¿Acaso no se dio cuenta de que se avecinaba un fuerte viento? ¿Es que no le importaba lo que le pasara a ellos? ¿Por qué había permitido que esta situación sucediera? Además, ¿cómo iba a hacer él para alcanzarlos luego?
Mientras tanto, la Palabra dice que Jesús había subido al monte para orar. Había sólo un monte en esa zona y desde su cima se podía ver todo el mar de Galilea. Lo más probable, hablando desde un plano netamente humano, es que durante gran parte de la noche la barca de los discípulos fuera visible sobre la superficie de las aguas. Podemos suponer, además, que en su espíritu Cristo conocía la situación por la que atravesaban los discípulos. No obstante, permitió que avanzara la noche sin que él interviniera ni se moviera del lugar donde estaba. Para cualquier observador, la actitud de Jesús tendría toda la apariencia de una indiferencia muy poco comprometida con las personas que decía amar.
¡Verdaderamente los caminos de Dios no son nuestros caminos! El Señor, sin duda, quería enseñarles algo y por esta razón se abstuvo de intervenir. Nuestra intervención para socorrer a los que están en tiempos de angustia, no siempre es lo más aconsejable. A veces, es necesario que la persona se fortalezca en medio de la crisis. En otras circunstancias, es bueno que la persona se dé cuenta de cuán limitados son sus recursos. Sea cual sea la situación, Dios viene a nosotros en el momento justo, en el tiempo perfecto para que le saquemos el máximo de provecho a la situación que estamos viviendo.
Para pensar:
A veces parece que él se ha olvidado de nosotros, pero Dios observa todo desde un lugar que le permite una mejor perspectiva que la nuestra. No se desespere. Cuando sea el momento justo, vendrá a usted del modo menos esperado.
Tomado con licencia de:
Shaw, C. (2005) Alza tus ojos. San José, Costa Rica, Centroamérica: Desarrollo Cristiano Internacional.0000
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