Ser como niños

De cierto os digo que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. (Mateo 18.3)

Esta declaración de Cristo surgió como respuesta a una pregunta que le hicieron los discípulos: «¿quién es el mayor en el reino de los cielos?» No fue esta la única vez que tuvo que tratar el tema de la grandeza con sus discípulos. En varias oportunidades surgieron disputas entre ellos sobre los lugares y cargos que tendrían cuando Cristo finalmente estableciera su reino.

El Maestro bien podría haber dado una detallada descripción de las características deseadas en todos aquellos que le seguían. Mas no lo hizo. Simplemente tomó a uno de los pequeños que acompañaban a los adultos y lo colocó en medio de los hombres que eran sus colaboradores. Señalando al pequeño, les dijo: «el que quiere ser grande tiene que ser como este niño».

Inmediatamente se hace evidente una aparente contradicción en las palabras de Jesús. Basta con echarle una mirada a este pequeño para entender que no tiene ninguna grandeza. No lleva sobre sus hombros la responsabilidad por las decisiones de peso que deciden el rumbo de los hombres. No tiene que buscar la manera de sustentar a diario las necesidades de su familia. No participa en los asuntos que conciernen al fundamento de la sociedad. Hasta su estatura puede llevar a que fácilmente pase desapercibido. Cristo, sin embargo, no veía a este niño como lo ven los hombres. Él estaba haciendo referencia a aquellas características que los adultos han perdido y que necesitan volver a recuperar. Acompáñeme por un instante, mientras reflexionamos sobre ellas.

Lo primero que hacen los niños, cuando despiertan a la mañana, es ponerse a jugar. No se les ve levantarse preocupados, o cansados porque no pudieron dormir durante la noche. Se despiertan y comienzan a disfrutar del día. Los niños tampoco se preocupan acerca de las necesidades del día. No se pasan horas pensando de dónde vendrá la comida para el almuerzo, o quién podrá prepararlo. Juegan tranquilos porque saben que hay otros que velan por su bienestar. En el momento que necesitan algo, se acercan a algún adulto para pedirlo. No andan con rodeos, ni con vueltas. Piden porque confían en que los grandes pueden suplir sus necesidades. Cuando se lastiman, inmediatamente buscan a su madre o a su padre para recibir de ellos el consuelo que necesitan. A veces, con un sólo beso o una caricia, desaparecen las lágrimas y vuelve la alegría. Tampoco poseen capacidad para recordar las cosas malas que han vivido. No guardan rencor, ni buscan vengarse como lo hacen los adultos. Pueden ser disciplinados por sus padres y al rato ya están jugando otra vez. Los niños también poseen una admirable capacidad de soñar, usando su imaginación. ¿Se encontró alguna vez con un niño cuestionador o desconfiado? Usted les habla de Papá Noel y ellos creen, a ciegas, en su existencia. Solamente de adultos adquirimos esa tendencia de dudar siempre de todo.

Para pensar:

Por todas estas razones, y muchas más, los niños nos muestran el camino que deben seguir los que quieren avanzar hacia la madurez espiritual. Es el camino de la sencillez, de la vida sin complicaciones, de fe y de alegría, de gozarse a cada momento en las cosas de la vida.

Tomado con licencia de:

Shaw, C. (2005) Alza tus ojos. San José, Costa Rica, Centroamérica: Desarrollo Cristiano Internacional.

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