Solamente administradores

Y vinieron a Juan y le dijeron: Rabí, el que estaba contigo al otro lado del Jordán, de quien tú diste testimonio, él también bautiza, y todos van a él. Respondió Juan: No puede el hombre recibir nada a menos que le sea dado del cielo.( Juan 3.26–27)

Hacía 400 años que no se había visto en Israel un profeta con un mensaje como el de Juan el Bautista. Su aparición, a orillas del río Jordán, rápidamente atrajo a personas de toda la región. Con el pasar de los días y las semanas, grandes multitudes acompañaban al profeta.

Todo esto cambió cuando apareció el Mesías. Con su llegada, había concluido la misión del Bautista, y al poco tiempo las multitudes acompañaban a Aquel que había sido bautizado por el profeta. Los más leales seguidores de Juan veían con tristeza cómo la gente lo abandonaba y se le acercaron para instarlo a tomar cartas en el asunto. Detrás del reclamo de los discípulos de Juan estaba la convicción implícita de que Jesús se estaba robando la gente que el profeta había ganado con su propia predicación.

En la respuesta de Juan el Bautista vemos una de las razones por las cuales Cristo elogió tan profundamente su vida. Juan entendía que una persona no se «gana» nada por sus propios méritos, ni tampoco con sus esfuerzos. Todo lo que él recibió vino del Padre, cuyo corazón es uno de inmensa misericordia. Sabía que la multitud le fue prestada por un tiempo, pero que en cualquier momento el Padre podía quitársela porque no era, en definitiva, del profeta, sino de Dios. Por esta razón no opuso resistencia, ni tampoco se llenó de amargura cuando la gente empezó a congregarse alrededor de Cristo.

Muchas veces, como pastores, actuamos como si las vidas de las personas nos pertenecieran. Nos tomamos la atribución de imponerles nuestros planes y gustos, y decidimos sobre ellas como si fuéramos sus amos. La gente, sin embargo, se resiste a este tipo de trato y ¡bien pronto demostrarán su insatisfacción!

Cuán diferente era la actitud de Juan. Lejos de amargarse, el profeta actuó con el desprendimiento y la generosidad de quien tiene un genuino interés por los demás. Cómo oponerse a la fuga de las personas, ¡si les convenía mil veces estar cerca de Cristo que de él!

El líder maduro siempre va a buscar lo que más le conviene a su gente, aun cuando esto le quite «prestigio» a su propio ministerio. Tendrá presente que, así como los hijos le son confiados a los padres por unos años, también su gente le ha sido prestada por un tiempo. Tienen libertad para moverse y actuar conforme a lo que entienden es la voluntad de Dios para sus propias vidas. Aun cuando se equivoquen, el líder respetará esa libertad que Dios también le ha otorgado a él mismo.

Para pensar:

¿Cómo actúa cuando le da sugerencias a la gente que pastorea? ¿Qué reacciones tiene cuando ellos rechazan sus consejos o escogen un camino diferente al señalado? ¿Qué evidencias hay de que su gente tiene plena libertad para hacer lo que quiera? ¿Qué cosas puede hacer usted para cultivar más esta libertad en ellos?

Tomado con licencia de:

Shaw, C. (2005) Alza tus ojos. San José, Costa Rica, Centroamérica: Desarrollo Cristiano Internacional.

Compartir

Acerca del Autor

Últimos Artículos

No hay más Artículos

Déjanos tu Comentario

Comentarios

No te pierdas los otros artículos de nuestro

Blog