Sorpresas aterradoras

Pero a la cuarta vigilia de la noche, Jesús fue a ellos andando sobre el mar. Los discípulos, viéndolo andar sobre el mar, se turbaron, diciendo: ¡Un fantasma! Y gritaron de miedo. (Mateo 14.25–26)

¡Cuán limitada es nuestra capacidad de aceptar lo sobrenatural! Podemos convencernos de que creemos en cualquier manifestación divina porque, teológicamente, sabemos que está dentro de lo posible. A la hora de manifestarse Dios puede hacerlo de la manera que quiera, en el lugar que quiera y usando los medios que más le convengan. Confesamos entusiasmadamente que no tenemos problema con nada de esto, pues creemos en un Dios sin límites de poder.

Todo esto, sin embargo, no deja de ser un ejercicio de probabilidades, las cuales a menudo consideramos remotas. Ninguno de nosotros pone en duda que Dios pueda hacer cualquier cosa. Pero a la hora de su manifestación, quedamos apabullados por los medios que escoge y entramos en profundo conflicto con nosotros mismos.

Los discípulos llevaban al menos dos años con el Mesías. Conocían bien su rostro. Habían caminado, trabajado y ministrado a la par de Jesús. Tuvieron amplia oportunidad para estudiar sus rasgos físicos. Sin embargo, cuando apareció caminando sobre el agua, se llenaron de temor y proclamaron que estaban frente a un «fantasma».

No reconocían a Jesús. No estamos aquí hablando del Jesús físico, de carne y hueso. Era la misma persona con quien habían compartido tantos momentos íntimos. No era su persona la que no reconocían, sino el marco en el cual se estaba manifestando. Trascendía lo aceptable. Ni siquiera era imaginable esta posibilidad. Su presencia en un medio absolutamente diferente a todo lo que habían visto en la vida no les permitía reconciliar la imagen del Cristo que conocían, con la figura que venía a ellos sobre las aguas. Sus estructuras mentales no contenían parámetros para definir esta escena tan increíble y asombrosa. Descartaron la evidencia de los ojos y ajustaron lo que veían a sus explicaciones preconcebidas: ¡seguro que se trataba de una fantasma!

Esta reacción nos da una idea de qué tan acondicionados estamos por los parámetros que utilizamos, para entender y explicar el mundo en el cual nos movemos. La gente del pueblo de Jesús no podía aceptar que él fuera algo más que un humilde carpintero (Mt 13.55). ¿Se debía al hecho de que no era más que un carpintero? ¡De ninguna manera! Era el Mesías, pero los fuertes condicionamientos personales de los nazarenos no les permitía ver a Jesús salvo como un simple carpintero. De la misma manera nosotros, cuando nos hemos formado una idea sobre ciertos asuntos, difícilmente la modificamos, aun teniendo abundante evidencia que demuestra lo contrario.

Para pensar:

¿A qué nos lleva esta reflexión? A entender que nuestras estructuras personales tienen una gran influencia sobre la manera en que vemos a Dios y a los que están a nuestro alrededor. Por lo tanto, es saludable recordar que la vida es mucho más profunda y misteriosa de lo que podamos entender. Si le damos un carácter más relativo a nuestras explicaciones, no perderemos la capacidad de que otros nos corrijan, nos enseñen y, sobre todo, nos sorprendan.



Shaw, C. (2005) Alza tus ojos. San José, Costa Rica, Centroamérica: Desarrollo Cristiano Internacional.

Compartir

Acerca del Autor

Últimos Artículos

No hay más Artículos

Déjanos tu Comentario

Comentarios

No te pierdas los otros artículos de nuestro

Blog