“Entonces Simón Pedro, que tenía una espada, la desenvainó, e hirió al siervo del sumo sacerdote, y le cortó la oreja derecha. Y el siervo se llamaba Malco. Jesús entonces dijo a Pedro: Mete tu espada en la vaina; la copa que el Padre me ha dado, ¿no la he de beber?” (Juan 18:10-11).
Qué momento tan difícil estaba atravesando el Señor, eran Sus últimas horas… Después de haber orado gran parte de la noche, una turba vino a arrestarlo; y fue en medio de este procedimiento que Pedro tuvo una reacción espontánea, pero a la vez violenta; con su espada le cortó la oreja a un siervo, llamado Malco. Inmediatamente Jesús le ordenó: “guarda tu espada”.
Me pregunto, cuántas circunstancias injustas vivimos cotidianamente: malos entendidos, discusiones, confusiones… imaginate si todos estuviéramos armados y, lo que es aún peor, si todos hiciéramos justicia por mano propia. Habría demasiada gente herida, y este mundo sería aún más caótico.
Habitualmente nuestras armas carnales son la palabra mal usada, los gritos, los enojos, los estallidos de ira. Pensemos por un momento: ¿Cómo manejamos nuestra ira, cómo reaccionamos cotidianamente frente a los problemas? Evitemos entrar en la confrontación. Evitemos toda discusión acalorada, y seamos agentes de paz.
Cuando tengas ganas de reaccionar o contestar, recordá las palabras de Jesús: “Guarda la espada”.
Desafío: Ora a Dios pidiéndole calma en medio de las tormentas diarias, y dominio propio a la hora de relacionarte con otros.
Dios es Aquel que une, no divide.
- Deuteronomio 15:1-23 | (Leer)
- Deuteronomio 16:1-22 | (Leer)
- Juan 18:1-40 | (Leer)
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