Pero David dijo: No hagáis eso, hermanos míos, con lo que nos ha dado Jehová. Nos ha guardado y ha entregado en nuestras manos a los salteadores que nos atacaron. ¿Quién os dará razón en este caso? Porque conforme a la parte del que desciende a la batalla, así ha de ser la parte del que se queda con el bagaje; les tocará por igual. (1 Samuel 30.23–24)
Es esta una de las tantas anécdotas en la vida del gran rey David, que confirma las notables convicciones espirituales que poseía. En esta oportunidad, el pastor de Belén volvía de perseguir a los amalecitas quienes, aprovechado la ausencia de David y sus hombres, atacaron a los que habían quedado en el pueblo y se llevaron todo aquello que encontraron. El Señor bendijo la operación de rescate y recuperaron no solamente todos sus bienes, sino también el botín de guerra que los amalecitas habían juntado en incursiones contra otras ciudades. Al regresar, se encontraron con doscientos de sus propios hombres que habían estado demasiado fatigados para acompañarlos. Como habían quedado cuidando el bagaje, ahora los guerreros de David no querían compartir con ellos los despojos de la campaña.
Esta reacción revela la profunda inclinación del hombre a construir sistemas de jerarquía que dividen y separan a las personas en categorías. La predisposición a establecer estas categorías -y así perpetuar una forma encubierta de elitismo- es un elocuente testimonio a los devastadores efectos del pecado. En el origen mismo del pecado el primer matrimonio experimentó la separación y alienación que son el resultado directo de darle la espalda al Señor.
Esta jerarquización está instalada en los valores más elementales de la sociedad. El sistema económico está fundamentado en la convicción de que algunas personas son mucho más valiosas que otras. Por esta razón, el gerente de una importante empresa puede llegar a ganar hasta cien veces más que el empleado más humilde. Así está construido el mundo en el cual vivimos.
Lo triste es que este sistema de jerarquías se haya también instalado dentro del ámbito de la iglesia. Consideramos más importantes a algunos miembros de la congregación que a otros. En algunos casos, se trata de los que más ofrendan. En otros casos, son los que más trabajan dentro del ministerio. Y también, en muchos casos, son los líderes los que mayor honra reciben. Sea cual sea la situación, se presta para que hagamos diferencias entre un hermano y otro.
David consideraba valiosos a todos sus hombres. Es verdad que algunos habían arriesgado su vida en la batalla, mientras otros cuidaban el bagaje. Pero los que pelearon, pudieron hacerlo justamente porque no estaban ocupados en cuidar el bagaje. David insistió en que a todos se los tratara con los mismos privilegios y derechos. A pesar de las protestas de sus hombres, hizo repartir por igual el botín.
Para pensar:
Qué importante es que nosotros, como líderes, identifiquemos estos prejuicios e impidamos su desafortunado resultado. Cada una de las personas que nos han sido confiadas tienen un valor inestimable para Cristo. A cada uno debemos honrar. A cada uno debemos atesorar. ¡A cada uno debemos considerar parte importante del cuerpo de Cristo!
Shaw, C. (2005) Alza tus ojos. San José, Costa Rica, Centroamérica: Desarrollo Cristiano Internacional.
Comentarios