Todo el consejo de Dios

…y enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado. Y yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. (Mateo 28.20)

Nuestra meditación sobre este texto nos ha llevado a reflexionar sobre las diferentes implicaciones del último gran encargo de Cristo a sus discípulos. Meditando en la metodología a seguir, hemos observado la importancia de una identificación absoluta con la muerte de Cristo, y hemos analizado las múltiples maneras en que se puede llevar adelante la tarea de enseñar a otros la Palabra de Dios. Hoy queremos detenernos en la exhortación de esta enseñanza, que se refiere a todo lo que Cristo le mandó a sus discípulos.

Hay al menos dos observaciones relacionadas con este aspecto. En primer lugar, las instrucciones son que se enseñe lo que Cristo les había mandado. Debemos tomar nota de que él no dijo que debían enseñar lo que él les había enseñado, sino lo que les había ordenado. Es decir, no debían simplemente transmitir las historias y las verdades que habían escuchado del Maestro. Entre nosotros, muchas veces la enseñanza se concentra en repetir lo que hemos escuchado decir a otros. Cristo les estaba mandando a que enseñaran aquellas verdades a las cuales ellos también estaban sujetos y debían obedecer.

Esto se refiere a que la tarea de enseñar a otros estaba fundamentada en una práctica personal. No estaban librados de cumplir los mandamientos que estaban comunicando a otros. Al contrario, sus ministerios estarían construidos sobre la sólida base de la vivencia personal. Esto aseguraba que la enseñanza que impartirían a otros nunca procedería del plano de lo teórico, que es una de las razones por las cuales mucha de la enseñanza en nuestros tiempos no impacta: está apoyada en una comprensión intelectual de la vida espiritual y no en una experiencia cotidiana. Es precisamente esta vivencia diaria la que le otorga a un maestro verdadera autoridad espiritual.

En segundo lugar, notamos que la «materia» a enseñar debía ser todo aquello que habían recibido del Maestro. Muchas veces reducimos toda la verdad a tres o cuatro principios que el nuevo discípulo debe entender, como si la vida espiritual consistiera solamente en esto. Cristo, sin embargo, se había propuesto una transformación absoluta de aquellos que eran sus discípulos. Para esto, era necesario que cada aspecto de la vida espiritual fuera examinado a la luz de todo el consejo de Dios. No se trata tanto de una lista de temas, sino más bien de un llamado a un estilo de vida donde todos los aspectos de nuestro andar sean tocados por la Palabra de Dios: nuestra vestimenta, nuestros hábitos alimenticios, nuestras relaciones familiares, nuestro concepto del trabajo, nuestra manera de conducirnos en público, nuestra manera de divertirnos, nuestros pensamientos más íntimos y una infinidad de otros asuntos más. La verdadera transformación del discípulo se produce precisamente cuando la Palabra lo confronta en cada una de las áreas de su vida, de modo que se vea obligado a entronar a Cristo como su Señor en todo momento y lugar.

Para pensar:

«Todo el conocimiento que tú deseas se encuentra en un libro, la Biblia». J. Wesley.

Tomado con licencia de:

Shaw, C. (2005) Alza tus ojos. San José, Costa Rica, Centroamérica: Desarrollo Cristiano Internacional.

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