Me dijo el rey: ¿Por qué está triste tu rostro?, pues no estás enfermo. No es esto sino quebranto de corazón. Entonces tuve un gran temor. Y dije al rey: ¡Viva el rey para siempre! ¿Cómo no ha de estar triste mi rostro, cuando la ciudad, casa de los sepulcros de mis padres, está desierta, y sus puertas consumidas por el fuego? (Nehemías 2.2–3)
El capítulo 1 del libro de Nehemías relata el encuentro que tuvo este varón de Dios con Hanani, la persona que había regresado de un viaje a Jerusalén. Nehemías, ansioso por saber cómo estaban las cosas en su tierra de origen, le pidió un informe acerca de los judíos que habían escapado del exilio. Hanani le dijo que «el resto, los que se salvaron de la cautividad, allí en la provincia, están en una situación muy difícil y vergonzosa. El muro de Jerusalén está en ruinas y sus puertas destruidas por el fuego» (Neh 1.3). El texto relata que este reporte produjo gran tristeza en Nehemías, quien se quebrantó y lloró.
Al igual que Nehemías, vivimos tiempos en los que abundan las malas noticias. En nuestra querida América Latina la violencia, la pobreza y la injusticia van de aumento en aumento. No pasa un día en el cual no oímos en la radio o vemos por televisión las consecuencias de estos males. Además de esto, como pastores y líderes, estamos día a día en contacto directo con las más angustiantes manifestaciones de la maldad del hombre. Las dificultades que vemos a diario tienden a cargar nuestro corazón de una tristeza que da lugar al desánimo, la desesperanza y la resignación. En cuántas ocasiones hemos participado de reuniones donde las tragedias y tristezas de otros sirven solamente para alimentar nuestra tendencia morbosa de indagar cada detalle de los acontecimientos. A medida que vamos alimentando el «ambiente» con nuevos relatos de desgracias, podemos prácticamente palpar cómo se van desinflando los ánimos y se va instalando un sentido de angustia generalizada. En esto no hacemos más que repetir el modelo que vemos en forma permanente a nuestro alrededor, donde el hablar de lo mal que están las cosas es casi un pasatiempo.
Lo que nos diferencia de la persona de Nehemías es que él no se quedó con el desánimo. Su tristeza le sirvió para entrar a la presencia de Dios y derramar delante de Su trono toda su angustia. En el proceso de compartir una y otra vez su dolor por esta situación se fue gestando en su corazón la disposición de hacer algo al respecto.
Necesitamos incorporar esta respuesta a nuestra vida cotidiana. De esta manera, nuestra tristeza puede servir como vehículo para algo productivo que pone en marcha un nuevo proyecto de Dios. Lo que vemos y oímos puede actuar como detonante para buscar el rostro de nuestro buen Padre celestial. Él tiene la perspectiva correcta de todas las cosas y sabe bien cuál es el camino a recorrer. Además de esto, quizás tenga alguna indicación que darnos con respecto a la situación. Dejemos de fijarnos en el problema y comencemos a mirar la solución. Lo que desesperadamente necesita hoy nuestro continente son personas con soluciones.
Para pensar:
«Echa sobre Jehová tu carga y él te sostendrá» (Sal 55.22).
Tomado con licencia de:
Shaw, C. (2005) Alza tus ojos. San José, Costa Rica, Centroamérica: Desarrollo Cristiano Internacional.
Comentarios