Un corazón compasivo

Comenzó Jonás a adentrarse en la ciudad, y caminó todo un día predicando y diciendo: «¡Dentro de cuarenta días Nínive será destruida!». Los hombres de Nínive creyeron a Dios, proclamaron ayuno y, desde el mayor hasta el más pequeño, se vistieron con ropas ásperas… Vio Dios lo que hicieron, que se convirtieron de su mal camino, y se arrepintió del mal que había anunciado hacerles, y no lo hizo.( Jonás 3.4–5, 10)

¡Cuán fuerte debe ser el deseo de nuestro Dios de bendecir al hombre que aun en las peores circunstancias está dispuesto a hacer marcha atrás y buscar el menor indicio de arrepentimiento! Su accionar no depende tanto de lo completo de nuestro quebranto sino más bien de su corazón compasivo. Este es el mismo mensaje que había hablado al profeta Jeremías: «si esas naciones se convierten de su maldad contra la cual hablé, yo me arrepentiré del mal que había pensado hacerles, y en un instante hablaré de esas naciones y de esos reinos, para edificar y para plantar» (Jer 18.8–9).

Todo accionar de Dios tiene como propósito final la restauración de lo que se ha perdido, nunca el castigo y la destrucción. Esta última opción es solamente el camino a seguir cuando se han agotado todos los otros medios para llegar a la reconciliación. En su corazón, no obstante, el Señor anhela que volvamos a caminar en intimidad con él, disfrutando de sus tesoros y compartiendo con otros lo que recibimos de su mano.

Observe usted cuán imperfecta había sido la obra de Jonás. Comenzó en abierta rebelión contra las directivas de Jehová. Aun cuando fue sacudido por una violenta tormenta, no escogió el camino del acercamiento a su Creador. Solamente cuando se encontró en el vientre del pez, cara a cara con la muerte, se acordó de orar y pedir misericordia. Imagine usted, entonces, que realizó su misión más por miedo a ser otra vez tragado por el monstruo marino que por una genuina actitud de compasión hacia los habitantes de Nínive. Con todo esto, su mensaje fue escuchado y el pueblo se arrepintió.

¿Se da cuenta de que los verdaderos frutos de su trabajo dependen mucho más de la compasión y bondad de Dios que de la perfección de nuestros esfuerzos? Muchas veces, como líderes, creemos que todas las cosas se tienen que dar de una cierta manera para que veamos la manifestación de la gracia de Dios. Nos preocupamos por los detalles y corremos detrás de los elementos que juzgamos indispensables para que las cosas salgan como deseamos. En la mayoría de las situaciones, sin embargo, no es esto lo que garantiza una bendición de parte del Señor. Como escribe Pablo: «Tendré misericordia del que yo tenga misericordia y me compadeceré del que yo me compadezca. Así que no depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia» (Ro 9.15–16).

Para pensar:

¿Cuál debe ser su actitud? ¡Relájese! No se tome todo tan en serio. Aleje la ansiedad de su esfuerzo en el ministerio. No es usted el que mueve los corazones, sino Dios. Haga lo que le corresponde hacer, pero descanse en la certeza de que Dios también hará su parte. ¡El interés de Dios en redimir a los caídos es mayor que el suyo!

Shaw, C. (2005) Alza tus ojos. San José, Costa Rica, Centroamérica: Desarrollo Cristiano Internacional.

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