Un hombre con nosotros

Elías era hombre sujeto a pasiones semejantes a las nuestras, y oró fervientemente para que no lloviera, y no llovió sobre la tierra durante tres años y seis meses. Y otra vez oró, y el cielo dio lluvia y la tierra produjo su fruto. (Santiago 5.17–18)

Hace unos cuantos años tuve la oportunidad de participar en el primer encuentro misionero Iberoamericano, COMIBAM, que se realizó en São Paulo en 1987. El «plato fuerte» del encuentro, se nos había informado, era la llegada, el último día, de un famoso evangelista. Cuando este hombre subió a la plataforma, se desató una corrida de cientos de personas que se agolpaban alrededor del púlpito para sacarle fotos. Algunos no tenían problemas de subirse a la misma plataforma para sacarse fotos con él. El desorden era tal, que el pobre hombre interrumpió la reunión para pedir que por favor no le sacaran más fotos.

Aquella experiencia me llevó a pensar sobre el culto a los «famosos» que forma parte de nuestra cultura evangélica. Desde aquel encuentro, he visto una y otra vez la misma reacción en nuestro pueblo. Existe en nosotros una tendencia a elevar a los líderes más conocidos a una posición de privilegio y admiración, que no es bueno ni para ellos ni para nosotros.

Pero, ¿por qué ese afán de estar cerca de ellos, de poderles saludar o tocar? En el fondo, sospecho que muchos de nosotros creemos que la grandeza de sus ministerios es consecuencia directa de la clase de personas que son. Miramos con algo de asombro sus ministerios y trayectoria porque sentimos que son personas de otra categoría, con cualidades y características que nosotros no poseemos.

Santiago nos quiere animar a ser más atrevidos en la oración. Para eso nos da el ejemplo del poder que esta disciplina tuvo en la vida de Elías. Oró y dejó de llover; ¡oró de nuevo, y volvió la lluvia! No sé cual es su reacción frente a este relato, pero sospecho que la mayoría de nosotros diría: «Yo jamás podría hacer eso».

Este es precisamente el argumento que refuta el apóstol. Antes de que podamos reaccionar, nos dice que Elías era un hombre igual que nosotros. No tenía nada de especial. Se deprimía, como nosotros. Se enojaba, como nosotros. A veces le fallaba la fe, como nos pasa a nosotros. Sin embargo oró, y Dios le respondió.

¿A qué apuntaba Santiago? La grandeza de Elías no radicaba en lo que él era, sino en el Dios en quien había creído. Su grandeza no era suya. Era del Señor. Por esta razón, ningún cristiano debe sentirse intimidado por semejante ejemplo de vida, porque el mismo Dios que operaba en la vida de Elías, también opera en nuestras vidas y ministerios.

Para pensar:

Como líder, déle gracias a Dios por el ejemplo de aquellas personas que tienen trayectoria y proyección internacional en el mundo evangélico. ¡Gracias a Dios por sus vidas y ministerios! Pero no deje intimidarse por lo que son. Su grandeza no es de ellos. Es del Señor que obra en sus vidas. Y ese mismo Señor obra en su vida y ministerio. Tómese de la mano del Señor y atrévase a creer que él también puede hacer grandes cosas en su vida.

Tomado con licencia de:

Shaw, C. (2005) Alza tus ojos. San José, Costa Rica, Centroamérica: Desarrollo Cristiano Internacional.

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Comentarios

  1. Todo lo que tenemos, le pertenece a Cristo, porque lo hemos recibido por gracia y sin ningún mérito. Así que, si en algo somos reconocidos, es para Su gloria y le estaremos por siempre agradecidos. Amén!

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