Una convicción inamovible

Aunque él me mate, en él esperaré. Ciertamente defenderé delante de él mis caminos, y él mismo será mi salvación, porque el impío no podrá entrar en su presencia. (Job 13.15–16)

Esta declaración de Job revela una de las razones por las cuales el Señor lo describe como un «varón perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal» (Job 1.8). En ella podemos encontrar la base de una vida de grandeza para con los asuntos del reino.

Job hace esta confesión luego de un prolongado intercambio entre él y sus tres amigos que habían llegado a consolarlo: Elifaz, el temanita, Bildad, el suhita, y Zofar, el naamatita (Job 2.11). Ellos guardaron silencio por siete días; pero luego se sintieron con autoridad para explicarle a Job la razón de las calamidades que habían sobrevenido a su vida. Con la misma convicción que poseen algunos líderes en nuestros tiempos, estos tres creían que el sufrimiento de Job estaba directamente relacionado con algún pecado oculto en la vida de su amigo. «Los que andan en integridad», afirmaban ellos, «no pasan malos momentos». No hace falta que hagamos referencia a lo errado de esta postura, pues hasta el mismo Hijo de Dios pasó por el fuego refinador del sufrimiento (Heb 5.8).

Algunas traducciones de este versículo cometen una injusticia con Job, pues dan a entender que él estaba diciendo: «Aunque Dios me mate, no voy a cambiar de opinión». Esta postura, no obstante, no refleja el espíritu humilde y temeroso que caracterizaba a este varón de Dios. Más bien delata una actitud de soberbia y obstinación.

La verdad es que Job no entendía cuál era la razón de la desgracia que había venido sobre él y su familia. Creo que nosotros, aun teniendo acceso al increíble intercambio entre Dios y Satanás en el primer capítulo, tampoco entendemos realmente por qué ocurrió lo que ocurrió. Sabemos que Dios quiso demostrar algo, pero si miramos la situación con ojos humanos nos parece cruel la actitud del Altísimo. Esto es precisamente lo que nos diferencia de la persona de Job. Él creía que Dios era justo y bueno, aunque actuaba de maneras completamente incomprensibles.

De hecho, la lectura del libro revela que Job estaba confundido por lo que había pasado. En medio de esa confusión, sin embargo, existe esta certeza: «Aun si llego a perder mi vida, sé que Dios no obrará injustamente conmigo. Él es bueno y recto y recompensa a todos los que esperan en él». Esta convicción inamovible constituye el fundamento sobre el cual se construye una vida de fe que agrada a nuestro Padre celestial. En esta tierra nos tocará transitar por muchísimas situaciones de sufrimiento y angustia. Mas algo que no debe cambiar nunca en nosotros es la convicción de que nuestro Dios es bueno y justo. Aunque todas las evidencias parezcan señalar algo diferente, sabemos que él jamás perpetrará una injusticia, ni se hallará mal alguno en su persona.

Para pensar:

Cuando esta convicción se convierte en la roca de nuestra fe podemos encarar la vida de otra manera. ¿Pasaremos por sufrimiento? ¡Por supuesto que sí! Pero ya no sufriremos el tormento y la angustia que padecen aquellos que creen que Dios los ha abandonado. Aun en medio de las lágrimas podremos decir: «Yo sé que mi Padre es bueno y que no existe en él injusticia alguna».

Tomado con licencia de:

Shaw, C. (2005) Alza tus ojos. San José, Costa Rica, Centroamérica: Desarrollo Cristiano Internacional.0000

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