Entonces el espíritu de Jehová vendrá sobre ti con poder y profetizarás con ellos, y serás mudado en otro hombre. Cuando se te hayan cumplido estas señales, haz lo que te parezca bien, porque Dios está contigo. (1 Samuel 10.6–7)
¿A quién de nosotros no le gustaría escuchar sobre nuestras vidas estas palabras? ¿Quién podrá detener a un hombre a quién se le ha hecho semejante declaración? La palabra dada incluye la promesa de una poderosa visitación por parte del Espíritu de Dios, la manifestación de un ministerio profético, y la experiencia de un corazón transformado. Muñido de semejante bendición, a este varón se lo anima a hacer lo que se le venga a la mano, porque el Dios todopoderoso respaldará su vida en todo tiempo. ¡Qué tremendo! ¿Dónde está el obstáculo que podrá detener el ministerio de este, que ha sido levantado por el Señor mismo? ¿Quién se le podrá oponer?
Si hubiéramos estado presentes en ese momento, ninguno de nosotros hubiera podido evitar soñar un poco acerca de las tremendas maravillas que Dios obraría a través de la vida de este siervo. Cuánto nos hubiera sorprendido que alguien nos diga en ese momento: «¿Sabes quién será el principal obstáculo al cumplimiento de esta palabra? ¡Él mismo!»
De hecho, ¡así fue! La persona a quien se le dijeron estas palabras fue al rey Saúl. Cuánta promesa está contenida en la declaración que se le hizo. La vida del rey, sin embargo, ilustra un importante principio sobre la vida espiritual. Uno puede recibir todos los dones, toda la unción y todos los demás elementos necesarios para un ministerio extraordinario. En ocasiones, hasta nos convencemos que la falta de estas cosas es lo único que realmente impide que alcancemos un grado de mayor grandeza en nuestras propias vidas. Pero si lo que hemos recibido no va acompañado de una vida de absoluta sumisión a nuestro Dios, nos espera la ruina.
Hace poco tiempo leía un artículo escrito por el Dr. R. Clinton, varón que se ha especializado en el estudio minucioso de la vida de los grandes líderes a lo largo de la historia del pueblo de Dios. Clinton compartía que muchos líderes fracasaron en la segunda parte de su vida. Es decir, empezaron con gran pasión, en ministerios que prometían aportar mucho a la extensión del reino. En el camino, sin embargo, muchos de ellos cayeron en adulterio, fueron descarrilados por otras pasiones, o simplemente quedaron atrapados en la aparente «grandeza» de sus propios ministerios, obsesionados consigo mismos.
Saúl es la triste ilustración de esta verdad. Empezó con una extraordinaria ventaja sobre sus pares. Pero terminó abandonado en un campo de batalla, sin el respaldo de Dios ni de sus pares. No supo complementar lo que había recibido, con una vida de devoción y sumisión al que le había regalado todas esas cosas.
Para pensar:
Si tuviera que hacer una evaluación de su vida espiritual en este momento, ¿cómo la describiría? ¿Ha perdido su pasión por el Señor? ¿Está más entretenido con su ministerio que con Dios? ¿Por qué no toma ahora mismo un tiempo para expresarle a Dios su compromiso incondicional? ¡Ningún logro vale tanto como para perderlo a él!
Tomado con licencia de:
Shaw, C. (2005) Alza tus ojos. San José, Costa Rica, Centroamérica: Desarrollo Cristiano Internacional.
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