Entonces dijo Moisés: Te ruego que me muestres tu gloria. Jehová le respondió: Yo haré pasar toda mi bondad delante de tu rostro y pronunciaré el nombre de Jehová delante de ti, pues tengo misericordia del que quiero tener misericordia, y soy clemente con quien quiero ser clemente; pero no podrás ver mi rostro, -añadió-, porque ningún hombre podrá verme y seguir viviendo. (Éxodo 33.18–20)
La vida espiritual es una vida de polaridades que existen en una tensión perfecta. Una de estas tensiones, por ejemplo, es la que existe entre la fe y las obras. Hemos sido llamados a vivir por fe. No obstante, como bien señala el apóstol Santiago, la fe que carece de obras es una fe muerta (2.17). De la misma manera las obras, cuando no están sustentadas por una fe viva y eficaz, se convierten en meros proyectos de hombres. Otra tensión tiene que ver con el esfuerzo y la gracia. Considere, por un momento, lo aparentemente contradictorio de esta exhortación de Pablo a Timoteo: «Tú, pues, hijo mío, esfuérzate en la gracia que es en Cristo Jesús» (2 Ti 2.1). La gracia tiene que ver con aquel obrar de Dios que suple nuestras debilidades. La fuerza tiene que ver con nuestra propia disciplinada contribución a cada emprendimiento que el Señor pone delante de nosotros. Cuando solamente existe el esfuerzo, creemos que somos nosotros los que movemos las cosas. Cuando solamente existe la gracia, caemos en una actitud de apatía espiritual que Bonhoeffer calificó de «gracia barata», es decir gracia que no valora el costo de lo recibido.
El pasaje de hoy pone de relieve otra polaridad, una que yace en el corazón mismo de nuestra experiencia espiritual. Está relacionada con experimentar a la vez la llenura y la insatisfacción. A Moisés le habían sido concedidas experiencias de gran profundidad e intimidad con Dios. La palabra nos dice que «Jehová hablaba con Moisés cara a cara, como habla cualquiera a su compañero» (Ex 33.11). No existen muchos hombres de los cuales se pueda decir lo mismo. En el pasaje de hoy, sin embargo, encontramos que Moisés solicita de Dios una experiencia aún más dramática: «¡muéstrame tu rostro!»
He aquí, entonces, una de las realidades más difíciles de sobrellevar. Por un lado, nuestra experiencia de Dios sacia nuestros deseos más profundos. Cuando vivimos plenamente la relación con él, se produce en nuestro interior un éxtasis espiritual que no tiene descripción. Sin embargo, estas experiencias también despiertan en nosotros un sentimiento de insatisfacción. Nuestra conciencia de lo mucho que lo necesitamos se agudiza. Se acentúa en nosotros esa sensación de que nos falta algo y esto, a su vez, nos impulsa a seguir buscando.
Para pensar:
Nuestro desafío es aprender a convivir con estas dos realidades. Si no aceptamos que esto es así, tendremos la tendencia de condenar nuestra experiencia espiritual como inútil, pues nunca nos da todo lo que buscamos. Sin embargo, esta sed es también santa. Por medio de ella, el Señor nos llama permanentemente a su presencia, a beber de las fuentes de aguas eternas. ¡Si no la tuviéramos, no sabríamos que Cristo está obrando vida en nosotros!
Tomado con licencia de:
Shaw, C. (2005) Alza tus ojos. San José, Costa Rica, Centroamérica: Desarrollo Cristiano Internacional.
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