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Atrapado sin salida

Al oir la mujer de Urías que su marido Urías había muerto, hizo duelo por él. Pasado el luto, envió David por ella, la trajo a su casa y la hizo su mujer; ella le dio a luz un hijo. Pero esto que David había hecho fue desagradable ante los ojos de Jehová. (2 Samuel 11.26–27)

David se había acostado con la mujer de su prójimo y, como suele ocurrir en estas situaciones, ella quedó embarazada. El capítulo entero relata los desesperados intentos del rey por esconder el pecado que había cometido. Al enterarse que Betsabé estaba encinta, debe haber pasado horas -quizás días- agonizando acerca de cómo deshacer lo que había hecho. Primeramente optó por lo más fácil: traer del frente de batalla a Urías, con la esperanza de que este se acostara con su esposa. ¿Cómo podía fallar un plan tan sencillo y apetitoso para este varón que había estado mucho tiempo alejado de casa? David, sin embargo, no tomó en cuenta el sentido de deber que tenía Urías, quien rehusó bajar a su casa mientras el ejército estaba de campaña.

Exasperado, extendió los días del retiro para el oficial y le invitó a un banquete donde le dio abundante bebida. ¡Seguramente que en estado de ebriedad no se aferraría a sus convicciones! Mas Urías permaneció firme en su postura.

No hay duda de que el rey desesperaba, porque en cualquier momento se podía descubrir la condición de la esposa de Urías. La desesperación eventualmente llevó a David a contemplar lo impensable: darle muerte al joven oficial. Lo planificó con cuidado y dio las órdenes necesarias.

Las siguientes semanas deben haber llevado la agonía interior de David a niveles intolerables. Betsabé avanzaba en su condición de mujer embarazada y no llegaban noticias de la muerte de Urías. Finalmente, sin embargo, le confirmaron de que su despreciable plan había dado resultado: el hombre de honor, que había honrado a sus compañeros y a su rey, estaba muerto. Rápidamente la pareja cumplió con las formalidades del caso, y luego completaron lo que habían comenzado meses atrás: se convirtieron en marido y mujer.

Si usted ha podido sentir el agobio de David, producto de las interminables intrigas del caso, no le costará imaginarse el alivio que ahora experimentaba. ¡Finalmente había podido resolver la situación!

Es al final de esta historia que nos encontramos con esta frase: «Pero esto que David había hecho fue desagradable ante los ojos de Jehová». ¡Qué necia que es nuestra perspectiva de las cosas! ¡Cuán limitado es nuestro entendimiento de las verdaderas dimensiones del pecado! Vemos solamente lo que está relacionado con este mundo y ponemos todo nuestro empeño en acomodar lo visible. Buscamos, por medio de argumentos, razonamientos complicados y explicaciones interminables convencer a los demás que nuestro pecado en realidad nunca ocurrió. No percibimos que las consecuencias más graves, no son las terrenales, sino las espirituales. Cuántas dificultades nos evitaríamos si pudiéramos percibir lo que significa nuestro pecado para el Señor. David había acomodado sus circunstancias. Obtuvo paz por unos días, pero su calvario recién comenzaba.

Para pensar:

Pecar es grave. Pero aún más grave es querer encubrir lo que hemos hecho. Dios es un espectador permanente de nuestros actos. Lo ve todo. Escojamos el camino corto y más fácil: confesemos rápidamente nuestro pecado y disfrutemos de su perdón.

Shaw, C. (2005) Alza tus ojos. San José, Costa Rica, Centroamérica: Desarrollo Cristiano Internacional.

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