Leccion 1, Tema 1
En Progreso

C. LA OBRA DEL ESPÍRITU SANTO EN EL CREYENTE.

Hemos visto brevemente la revelación del Padre mediante el Hijo, y también la revelación del Hijo mediante el Espíritu Santo. Ahora es nuestra tarea observar la manera en que el Padre y el Hijo son revelados dentro y a través de aquellos que son creyentes en Cristo en el mundo hoy. Este es un ministerio más amplio del Espíritu Santo.

1. La obra del Espíritu en la salvación.

1.1. El creyente es nacido de nuevo del Espíritu Santo.

El tema del nuevo nacimiento es tratado bajo la sección de regeneración en este libro (vea cap. 5, la doctrina de salvación). Enfatizamos aquí el hecho de que esta experiencia es lograda mediante el Espíritu Santo.

Jesús dijo a Nicodemo, “El que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es” (Jn. 3:5, 6).

Cuando uno nace naturalmente, vida natural le es impartida. En un grado bien definido, Adán perdió la vida espiritual cuando pecó. Muchos creen que perdió la morada interior del Espíritu Santo. Dios había advertido que la muerte seguiría a la desobediencia a su palabra (Gn. 2:17) y, como resultado de su pecado, Adán quedó en oscuridad espiritual.

Myer Pearlman comenta sobre el resultado de esta oscuridad, o falta del Espíritu Santo en el hombre no regenerado:

En relación con el entendimiento, el inconverso no puede saber las cosas del Espíritu de Dios (I Cor. 2:14); en relación con la voluntad, no puede ser sujeto a la ley de Dios (Rom. 8:7); en relación con la adoración, no puede llamar a Jesús “Señor” (I Cor. 12:3); en lo que respecta a lo práctico, no puede agradar a Dios (Rom. 8:8); con respecto al carácter, no puede dar fruto espiritual (Jn. 15:4); con respecto a la fe, no puede recibir el espíritu de verdad (Jn. 14:17).

Esta nueva vida espiritual es impartida al creyente mediante el Espíritu Santo que mora en él, que es la marca de un cristiano nuevo testamentario.

“Pero ustedes no viven según las intenciones de la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios habita en ustedes. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él.” (Rom 8.9)

Citamos otra vez a Pearlman: “Una de las definiciones mas completas de lo que es un cristiano, consiste en que en él mora el Espíritu Santo. Su cuerpo es el templo del Espíritu Santo, y en virtud de dicha experiencia es santificado, así como el tabernáculo fue consagrado como la morada de Jehová.”

“¿Acaso ignoran que el cuerpo de ustedes es templo del Espíritu Santo, que está en ustedes, y que recibieron de parte de Dios, y que ustedes no son dueños de sí mismos?” (1 Cor 6:19)

Esto no debe ser confundido con el bautismo del Espíritu Santo, que es un derramamiento del Espíritu posterior a la salvación, dado a que no es la impartición de la vida espiritual, sino de poder para el servicio espiritual.

1.2. El Espíritu Santo da testimonio al creyente de ser hijo.

El que cree en el Hijo de Dios, tiene el testimonio en sí mismo …” (I Jn. 5:10).

El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios” (Rom. 8:16).

“Y por cuanto ustedes son hijos, Dios envió a sus corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre!” (Gálatas 4:6)

Es importante notar que en cada uno de estos versículos el Espíritu es el que toma la iniciativa. Él es el que da testimonio dentro del corazón del creyente. Esto no es sólo un sentimiento interior. Es el testigo divino de una nueva relación llevada a cabo por el Espíritu Santo; y cuando es lograda, Él es quien testifica de su realidad.

1.3. El Espíritu Santo bautiza al creyente en el cuerpo de Cristo.

Porque así como el cuerpo es uno, y tiene muchos miembros, pero todos los miembros del cuerpo, siendo muchos, son un solo cuerpo, así también Cristo. Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres …” (I Cor. 12:12, 13).

Mucha confusión ha surgido sobre este versículo porque algunos han enseñado que aquí se está refiriendo al bautismo con el Espíritu que los ciento veinte recibieron en el día de Pentecostés. Por lo tanto, se dice que todos reciben el bautismo con el Espíritu Santo cuando son salvos. Hay una diferencia vital entre el Espíritu Santo bautizando a los creyentes en el cuerpo de Cristo, una operación del Espíritu Santo, y el ser bautizado con el Espíritu Santo, que es una operación de Jesús.

Juan el Bautista dijo, “Yo a la verdad los he bautizado con agua; pero él [refiriéndose a Cristo] los bautizará con el Espíritu Santo” (Mr. 1:8).

El bautismo del que se habla en I Corintios 12:13 es conducido por el Espíritu Santo, y tiene que ver con la posición del creyente en Cristo; mientras que el bautismo del que habla Juan en Marcos 1:8 es conducido por Jesucristo, y tiene que ver con el poder para servicio. En el primero de estos dos bautismos, aquel en el Cuerpo de Cristo, el Espíritu Santo es el agente, mientras que el Cuerpo de Cristo, la iglesia, es el medio. En el segundo, Cristo es el agente y el Espíritu Santo es el medio. El versículo en I Corintios capítulo doce, enseña que todo creyente es hecho miembro del cuerpo de Cristo, la iglesia, mediante una operación del Espíritu Santo llamado bautismo.

1 Corintios 10:1-2 declara: “Porque no quiero, hermanos, que ignoren que nuestros padres estuvieron bajo la nube, y todos pasaron el mar; y todos en Moisés fueron bautizados en la nube y el mar …”

Los creyentes cristianos son bautizados “en Cristo.” Bautismo significa muerte, sepultura y resurrección. Se dice que el pecador es bautizado en el cuerpo de Cristo porque por la fe toma el lugar de la muerte con Cristo en el Calvario, y se levanta con vida nueva en unión con Cristo. El bautismo en agua es un símbolo exterior de aquello que en realidad es logrado por el Espíritu Santo.

1.4. El Espíritu Santo sella al creyente.

En él también ustedes, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de su salvación, y habiendo creído en él, fueron sellados con el Espíritu Santo de la promesa, que es las arras de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida …” (Ef. 1:13, 14).

Y no contristen al Espíritu Santo de Dios, con el cual fueron sellados para el día de la redención” (Ef. 4:30).

El sello del creyente trae al pensamiento la idea de posesión. Cuando somos salvos, Dios coloca su sello de dominio sobre nosotros.

Era común, en los días de Pablo, que un mercader fuera al puerto y eligiera ciertos trozos de madera poniendo su marca o sello. El sello de posesión de Dios a sus santos es la presencia del Espíritu Santo morando en sus corazones. Esta es el arra o contrato de que ellos son suyos, hasta el día cuando Él regrese a tomarlos para sí mismo. “Pero el fundamento de Dios está firme, teniendo este sello: Conoce el Señor a los que son suyos” (2 Timoteo 2:19a)

2. La obra del Espíritu Santo posterior a la salvación.

Hemos estudiado el papel tan importante que el Espíritu Santo ocupa en la salvación de un alma, y nos hemos dado cuenta de que sin este ministerio nadie podría llegar a ser un hijo de Dios. Sin embargo, después de que el corazón humano ha sido regenerado por el Espíritu de Dios y la vida de Cristo ha sido impartida, el Espíritu Santo no se retira. Si fuera así, el nuevo cristiano pronto volvería a sus antiguos caminos. El Espíritu Santo tiene un ministerio continuo que busca ejecutar en todo creyente; es en verdad el secreto de la fuerza y progreso de la nueva vida espiritual. Enfatizaremos aquí que el Espíritu Santo continúa siendo el agente activo en el caminar progresivo de los hijos de Dios.

2.1. El creyente es santificado por el Espíritu Santo.

El tema de la santificación se encuentra en el estudio de soteriología (Doctrina de la Salvación); aquí señalaremos que el Espíritu Santo tiene una parte integra y vital en esta fase del desarrollo cristiano.

Elegidos según la presciencia de Dios Padre en santificación del Espíritu, para obedecer y ser rociados con la sangre de Jesucristo …” (1 P. 1:2; vea también 2 Tes. 2:13).

Al tratar la doctrina de la santificación observamos que la santificación tiene dos fases: la primera consiste en ser separados para el Señor, y la segunda consiste en limpieza necesaria y continua. El pasaje recién citado enfatiza lo que podríamos llamar el progreso de la salvación. Es mediante la elección del Padre, la separación o santificación del Espíritu Santo, el rociado de la sangre de Jesucristo, y el creer en la verdad de la palabra de Dios. El mundo, la carne y el Diablo están siempre presentes en el diario andar del cristiano. Así como un pecador no puede salvarse a sí mismo, tampoco un creyente puede sostenerse fuera de la fuerza diaria impartida por el Espíritu Santo. El cristiano disfruta de este ministerio de gracia al creer en la palabra de Dios y al rendirse al Espíritu Santo.

2.2. El creyente se capacita para humillar la carne mediante el Espíritu Santo.

Porque los que son de la carne piensan en las cosas de la carne; pero los que son del Espíritu, en las cosas del Espíritu. Porque el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz … Pero ustedes no viven según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios habita en ustedes … Pero si Cristo está en ustedes, el cuerpo en verdad está muerto a causa del pecado, pero el espíritu vive a causa de la justicia … Así que, hermanos, deudores somos, conforme a la carne; porque si viven conforme a la carne, mirarán; pero si por el Espíritu hacen morir las obras de la carne, vivirán (Rom. 8:5–13).

La palabra “carne o carnal” significa “sensual.” Pablo nos dice que es imposible hacer la voluntad de Dios con la mente carnal:

“… porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden; y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios” (Rom. 8:7, 8).

Es el Espíritu Santo quien nos capacita para humillar, hacer morir a la carne y vivir victoriosamente en el Espíritu. Hacemos morir las obras de la carne al reconocer al viejo hombre crucificado con Cristo (Rom. 6:11), y al elegir el andar bajo la guía y el poder del Espíritu Santo.

2.3. El Espíritu Santo transforma al creyente a la imagen de Cristo.

Este pensamiento también tiene que ver con la influencia santificadora del Espíritu Santo al transformar la naturaleza de los hijos de Dios.

Por tanto nosotros todos, mirando a cara descubierta como un espejo de gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor” (2 Cor. 3:18).

Weymount traduce este versículo:

Mas todos nosotros, como con la faz sin velo reflejamos la gloria de Dios, siendo transformados a la misma semejanza, de gloria en gloria, aun como es derivada del Espíritu del Señor.”

Pablo, hablando del hecho de que los cristianos son epístolas de Cristo, dice:

escrita no con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en tablas de carne del corazón” (2 Cor. 13).

La figura cambia en el versículo dieciocho y asemeja al cristiano a un espejo que refleja la imagen de la gloria de Dios. La cara de Moisés resplandecía a medida que descendía del monte Sinaí dado a que al comunicarse con Dios (II Cor. 3:7), tuvo que poner un velo sobre su rostro para que la gente pudiera mirarlo a causa de que la gloria del Señor era resplandeciente.

Nuestra faz, dice Pablo, no tiene velo, sino que esta descubierta al reflejar la gloria de Cristo Jesús. Lo asombroso es que mientras nosotros reflejamos la gloria del Señor y otros la ven, algo ocurre dentro de nuestra vida. Somos cambiados (literalmente la palabra es “trasformados”) por la operación del Espíritu Santo a la misma imagen de Cristo que estamos esforzándonos por reflejar. Si mantenemos nuestro enfoque en Jesús, la impresión de su imagen va a ser implantada sobre nuestras propias vidas mediante el ministerio interior del Espíritu Santo.

2.4. El Espíritu Santo fortalece al creyente y le revela a Cristo con mayor intensidad.

Para que les dé, conforme a las riquezas de su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu [¿con cuál propósito?] para que habite Cristo por la fe en sus corazones, a fin de que arraigados y cimentados en amor, sean plenamente capaces de comprender con todos los santos cual sea la altura, la longitud, la profundidad y la altura, y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que sean llenos de toda plenitud de Dios (Ef. 3:16–19).

Lo que Jesús tuvo en mente cuando dijo sobre el Espíritu Santo, “El me glorificará” (Jn. 16:14), está expresado en los versículos anteriormente citados. ¿Quién sino el Espíritu de Dios podría capacitamos para comprender tales revelaciones de gracia sobre la persona y naturaleza de nuestro maravilloso Señor? Este ministerio de revelación que el Espíritu Santo ejerce sobre la mente renovada del creyente, es con el propósito de traerlo al lugar donde este puede ser lleno de toda la plenitud de Dios” (Ef. 3:19). A medida que Él revela estas cosas es que el creyente experimenta el deseo de tenerlas, y entonces la fe y el deseo se extienden para poseerlas.

2.5. El Espíritu Santo guía a los hijos de Dios.

Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios” (Rom. 8:14). “Pero si son guiados por el Espíritu, no están bajo la ley” (Gál. 5:18).

El los guiará”, Jesús dijo del Espíritu Santo (Jn. 16:13).

Uno de los privilegios más grandes de los hijos de Dios es el de ser conducidos por la omnisciente e infalible guianza del Espíritu Santo. Consideremos que estamos pasando por un camino por el cual jamás hemos pasado. Estamos atravesando por territorio peligroso, con enemigos por todos lados. ¡Que bendición es tener a un guía que conoce todo lo que hay por delante! El Espíritu Santo es una persona, y su guía convierte nuestra vida en un viaje personalmente conducido por Él. Y no solamente el Espíritu Santo guía a los hijos de Dios, sino que les capacita y da poder a cada uno para andar en la senda de su elección.

2.6. El Espíritu Santo ejecuta el oficio de Consolador.

En cuatro pasajes de la escritura en el Evangelio de San Juan, Jesús se refiere al Espíritu Santo como el Consolador. Los pasajes son 14:16–18; 14:26; 15:26; y 16:7–15. Debido a que éstos serán estudiados con considerable detalle en la sección futura, no serán ampliados aquí. (Vea sección II. “El ministerio del Espíritu Santo como Consolador”.)

2.7. El Espíritu Santo produce fruto en la vida del creyente.

El tema del fruto del Espíritu será tratado en detalle en otra sección más adelante. (Vea sección III. “El fruto del Espíritu”.) Las siguientes escrituras son sumamente pertinentes al tema: Gál 5:22; Rom. 14:17; 15:13; I Ti. 4:12; II Ti. 3:10; II Cor. 6:6; Ef. 5:8–9; II Ti. 2:24–25; II P. 1:5–7.

3. La obra del Espíritu Santo en relación con el ministerio o servicio.

Hasta aquí hemos considerado el ministerio del Espíritu Santo con respecto a la impartición y el desarrollo de la vida espiritual e individual del cristiano. Pero el Espíritu tiene una gran parte en dotar al creyente de una vida de ministerio y servicio en la obra del reino de Dios. El ministerio y servicio espiritual, siempre se representan en las escrituras como un hecho logrado por medio del Espíritu Santo antes que por cualquier habilidad humana:

“… Esta es la palabra de Jehová a Zorobabel que dice: No con ejército, no con fuerza, sino con mi Espíritu ha dicho Jehová de los ejércitos” (Zac. 4:6).

3.1. El Espíritu Santo bautiza y llena a los creyentes, dándoles poder para servirle.

Las palabras familiares de la gran comisión en Marcos 16:15, “Vayan por todo el mundo y prediquen el evangelio a toda criatura” son seguidas y afinadas en Lucas 24:49 por otro mandamiento del Señor: “… pero quédense en la ciudad de Jerusalén hasta que sean investidos de poder desde lo alto.”

Este bautismo con el Espíritu Santo y fuego (Lucas 3:16) y la unción peculiar de poder como su resultado, vendría a ser una nueva etapa en la obra del Espíritu Santo.

Jesús había prometido “Yo enviaré la promesa de mi Padre sobre ustedes; pero quéense en Jerusalén hasta que sean investidos de poder de lo alto” (Lc. 24:49).

Nuevamente, antes de su ascensión, Él amplió esta promesa diciendo a sus discípulos: “Pero recibirán poder cuando haya venido sobre ustedes el Espíritu Santo, y me serán testigos en Jerusalén, en todo Judea, en Samaria y hasta lo último de la tierra” (Hch. 1:8).

Este poderoso ministerio del Espíritu Santo no debe ser confundido con sus otras actividades en relación con los hijos del Señor. El bautismo con el Espíritu Santo es distinto de, y posterior a, su obra regeneradora en los corazones de los inconversos. Este bautismo es especialmente para que los creyentes tengan el poder espiritual necesario para llevar a cabo el ministerio que les ha sido entregado. En una sección posterior estudiaremos enteramente el tema del bautismo con el Espíritu Santo. (Vea sección IV. “El bautismo con el Espíritu Santo”.)

2.2. El Espíritu Santo revela y da entendimiento de la palabra de Dios.

La herramienta principal que necesita y usa un obrero cristiano, es la palabra de Dios, la Biblia. Aquí está la revelación completa de Dios al hombre, indicando los medios de salvación y dando instrucciones de cómo vivir la vida cristiana. Uno de los ministerios más importantes del Espíritu Santo es revelar las verdades de la palabra de Dios al corazón del creyente. Visto que la palabra fue escrita por hombres que fueron movidos por el Espíritu de Dios (2 P. 1:21) puede decirse justamente que Él es el autor. Ciertamente el autor de un libro es el más capaz de explicar lo que verdaderamente quiere decir su contenido. Lo extraordinario es que cada creyente puede tener al autor de la Biblia como su maestro y guía personal. No sólo el Espíritu Santo puede dar entendimiento en cuanto al significado de la escritura, sino también es capaz de guiar al creyente a experimentar la verdad contenida en sus páginas, haciéndola palabra viva.

2.3. El Espíritu Santo ayuda al creyente a orar.

Junto con un estudio de la palabra de Dios, la oración es la fuente principal de fuerza para la vida diaria del cristiano en su constante batalla con los enemigos de su alma. El Espíritu Santo está vitalmente conectado con ambas de estas fuentes de vida y poder cristiano.

Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles. Mas el que escudriña los corazones sabe cuál es la intención del Espíritu, porque conforme a la voluntad de Dios intercede por los santos (Rom. 8:26, 27).

Orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu … (Ef. 6:18).

Pero ustedes, amados, edificándose sobre su santísima fe, orando en el Espíritu Santo … (Jud. 20).

El ministerio del Espíritu en la oración es muy precioso. Orar en la fuerza y la sabiduría de la carne es muy difícil y fatigador. Es difícil darse cuenta de la presencia de Dios a quien se está orando. Es difícil ejercitar la fe por cosas que uno no puedo ver. Es casi imposible saber cómo orar sobre cosas que están más allá del entendimiento humano. Pero todo esto es cambiado cuando el Espíritu Santo unge el corazón y la mente. La presencia de Dios se hace real; el Espíritu abre el entendimiento y al ser Dios tan real, la fe es ejercitada.

A medida que uno es elevado en el Espíritu, lo espiritual llega a ser mas real que lo temporal y es así que sentimos mayor carga por las cosas eternas. Sumado a esto, el Espíritu Santo da sabiduría de como presentar peticiones al Padre, recordándonos constantemente las promesas que Él ha dado. Muchas veces el Espíritu Santo capacita al intercesor orando en otras lenguas sobre problemas que uno nunca podría entender en lo natural, pero que son maravillosamente solucionados cuando el creyente ora “en el espíritu” (I Cor. 14:14, 15). La oración bajo la unción y guía del Espíritu Santo es una de las experiencias más preciosas del cristiano.

3.4. El Espíritu Santo da poder para predicar la palabra de Dios.

Pablo testificó: “Y ni mi palabra ni mí predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder …” (I Cor. 2:4).

De nuevo dice: “Pues nuestro evangelio no llegó a ustedes en palabras solamente, sino también en poder, en el Espíritu Santo …” (I Tes. 1:5).

Pedro reconoció la presencia del Espíritu Santo en su predicación al testificar frente al sanedrín judío en Jerusalén. Él declaró, “Y nosotros somos testigos suyos de estas cosas, y también el Espíritu Santo …” (Hch. 5:32).

La predicación efectiva del evangelio es bajo la unción del Espíritu Santo. No hay nada más imposible que tratar de hacer que el hombre se de cuenta del valor y necesidad de las cosas espirituales, a no ser que el mensaje sea entregado en el poder del Espíritu Santo. Jesús testificó que él estaba ungido especialmente para el ministerio de predicación (Lc. 4:18, 19). Si esto fue necesario para Jesucristo, mucho más para todos nosotros, insignificantes siervos de la cruz.

Las señales que siguieron a la predicación del evangelio eran importantes porque demostraban la autoridad Dios en los predicadores. Pero las señales no eran la predicación del evangelio, sino las evidencias de su autoridad. El mensaje que debían predicar era: el evangelio de salvación a través del (o mediante el) nombre del Señor Jesús; y el llamado al arrepentimiento.

Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios. Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él” (2 Cr. 5:20, 21).

Este es el mensaje del predicador a el cual Dios ha dado el Espíritu Santo, dando poder a la predicación. El evangelio de Jesucristo (no el milagro que acompaña la predicación) es el poder de Dios para salvación (Rom. 1:16, 17). ¡Nosotros que nos regocijamos en el mensaje de Pentecostés, no fracasaremos teniendo en cuenta esta verdad!

3.5. El Espíritu Santo da dones espirituales al creyente para ministrar a favor de otros.

El tema de los dones espirituales se presenta en I Corintios 12:4–11 y en Romanos 12:6–8. El pasaje de I Corintios 12:7 enseña claramente que los dones deben ser utilizados en el ministerio a favor de otros “Pero a cada uno le es dada la manifestación del Espíritu para provecho.” El tema está profundamente discutido en una sección posterior, pero es mencionado aquí, indicando su relación con el ministerio y servicio.

4. La obra del Espíritu Santo en conexión con la resurrección.

4.1. Él levantará los cuerpos de los creyentes en el día final.

Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús habita en ustedes, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también sus cuerpos mortales por su Espíritu que mora en ustedes” (Rom. 8:11).

El cuerpo humano es una parte definitiva e importante del ser humano, y está incluido en la redención de Cristo (Rom. 8:23). Como Cristo fue levantado de los muertos, y ahora vive en un cuerpo glorificado, así también cada creyente, que muere en Cristo, experimentará una resurrección similar. Esto es atribuido a la morada interna del Espíritu Santo. No entendemos el misterio, pero se nos dice aquí que el Espíritu Santo “vivificará” o “hará vivo” nuestro cuerpo mortal.

Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo; el cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya, por el poder con el cual puede también sujetar a sí mismo todas las cosas” (Fil. 3:20, 21).

4.2. El Espíritu Santo nos da un gozo anticipado de esta resurrección al sanar nuestros cuerpos mortales.

La expresión “vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu” parece prometer que ahora mismo el Espíritu Santo trae fuerzas y sanidad al creyente. Efesios 1:13, 14 dice que el Espíritu Santo es “las arras [un anticipo, como una garantía de nuestra herencia] con miras a la redención de la posesión adquirida de Dios.” Por lo tanto, la promesa, o el gozo anticipado de la vida resucitada, es la sanidad de nuestro cuerpo mortal ahora. Pablo habla de esta vida de resurrección como siendo manifestada “en nuestro cuerpo mortal” (II Cr. 4:10, 11).

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