Leccion 1, Tema 1
En Progreso

II. Ninguna obligación: el Espíritu y la carne (8.5-17)

El creyente puede tener dos «disposiciones» (mente, designios): puede inclinarse hacia las cosas de la carne y ser un cristiano carnal, en enemistad con Dios; o puede inclinarse hacia las cosas del Espíritu, ser un cristiano espiritual y disfrutar gozo y paz. La mente carnal no puede agradar a Dios; sólo el Espíritu obrando en nosotros y a través de nosotros puede agradar a Dios.

El cristiano no tiene ninguna obligación con la carne: «Así que, hermanos, deudores somos, no a la carne, para que vivamos conforme a la carne» (v. 12). Nuestra obligación es hacia el Espíritu Santo. Fue el Espíritu el que nos convenció y nos mostró nuestra necesidad del Salvador. Fue el Espíritu el que impartió la fe salvadora, implantó la nueva naturaleza en nosotros y nos da testimonio cada día de que somos hijos de Dios. ¡Qué gran deuda tenemos con el Espíritu! Cristo nos amó tanto que murió por nosotros; el Espíritu nos ama tanto que vive en nosotros. A diario soporta nuestra carnalidad y egoísmo; todos los días nuestro pecado lo contrista; y sin embargo nos ama y permanece en nosotros como el sello de Dios y las «arras» («garantía», 2 Co 1.22) de las bendiciones que nos esperan en la eternidad. Si alguien no tiene el Espíritu morando en él, no es un hijo de Dios.

Al Espíritu Santo se le llama «el Espíritu de adopción» (v. 15). Vivir en la carne o bajo la ley (y ponerse bajo la ley es inclinarse a vivir en la carne) conduce a la servidumbre; pero el Espíritu conduce a una vida gloriosa de libertad en Cristo. Libertad para el creyente jamás significa hacer lo que se le antoje, ¡porque esa es la peor clase de esclavitud! Más bien la libertad cristiana en el Espíritu es libertad de la ley y de la carne, para que podamos agradar a Dios y llegar a ser lo que Él quiere que lleguemos a ser. «Adopción» en el NT no significa lo que típicamente denota hoy en día, recibir a un niño dentro de una familia como miembro legal de ella. El significado literal de la palabra griega es «colocar como hijo», tomar a un menor (bien sea en la familia o afuera) y hacerlo el legítimo heredero. Cada creyente es un hijo de Dios por nacimiento y heredero de Dios por adopción. Es más, somos coherederos con Cristo, de modo que Él no puede recibir su herencia en gloria hasta que nosotros estemos allí para compartirla con Él. Gracias a Dios el creyente no tiene obligación a la carne, para alimentarla, agradarla y obedecerla. En lugar de eso, debemos «hacer morir» las obras de la carne por el poder del Espíritu (v. 13, véase Col 3.9ss) y permitir que el Espíritu dirija nuestras vidas diarias.

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