III. Dos principios (7.15-25)
Después de su experiencia de derrota con la ley, Pablo concluyó que hay dos principios (o «leyes») que operan en la vida del creyente:
- La ley del pecado y de la muerte, y
- La ley del Espíritu de vida en Cristo (véase 8.2)
Pablo se refiere, entonces, a la presencia de dos naturalezas en el hijo de Dios. La salvación no significa que Dios cambia la vieja naturaleza, la limpia o la transforma. ¡La vieja naturaleza del creyente es simplemente tan perversa y opuesta al Espíritu hoy como en el día en que fue salvado! La salvación quiere decir que Dios le da al creyente una nueva naturaleza y crucifica la antigua. El cristiano todavía tiene la capacidad de pecar, pero ahora tiene un apetito por la santidad. La dinámica para el pecado aún está allí, pero no tiene el deseo.
La ley del pecado y de la muerte es simplemente la operación de la vieja naturaleza, de modo que cuando el creyente quiere hacer lo bueno, el mal está presente. Incluso, las «buenas cosas» que hacemos están manchadas por el mal (véase v. 21). Es aquí donde usted ve la diferencia entre la victoria del capítulo 6 y la del capítulo 7; en el capítulo 6 el creyente gana la victoria sobre las cosas malas de la carne, o sea, deja de hacer deliberadamente el mal; pero en el capítulo 7 triunfa sobre las «cosas buenas» que la carne haría en obediencia a la ley. Mas Dios no acepta la carne, porque en nuestra carne no hay nada bueno. «La carne para nada aprovecha» (Jn 6.63). Sin embargo, cuántos cristianos establecen leyes para sus vidas y tratan de disciplinar la carne para que obedezca, cuando Dios llanamente dice: «Los designios de la carne [la vieja naturaleza]… no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden» (8.7).
La ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús contrarresta la ley del pecado y de la muerte. No es al someternos a las leyes externas que crecemos en santidad y servimos a Dios aceptablemente, sino al someternos al Espíritu de Dios que mora en nosotros. Esta ley (o principio) se elabora en el capítulo 8, en los primeros diecisiete versículos en especial. No podemos cumplir con la justicia de la ley con nuestra fuerza; el Espíritu la cumple en nosotros con su poder (8.3–4).
¿Cuál es la aplicación práctica de todo esto? Simplemente esto: En nuestra nueva posición delante de Dios, como muertos a la ley, no se espera que obedezcamos a Dios mediante nuestras fuerzas. Dios no nos ha esclavizado bajo una «ley cristiana» que debamos obedecer para ser santos. Más bien, nos ha dado su Espíritu Santo que nos capacita para cumplir las exigencias de la santidad de Dios. Los cristianos pueden tener la victoria del capítulo 6 y dejar de estar bajo la esclavitud del cuerpo de carne, pero hay más que eso en la vida cristiana. ¿No deberíamos producir fruto para Dios? ¡Ciertamente! Pero desde el momento en que empezamos a obrar con nuestra fuerza descubrimos que somos un fracaso; y, triste es decirlo, pero muchos cristianos bien intencionados se detienen allí mismo y se convierten en víctimas espirituales. Más bien debemos aceptar las verdades de Romanos 7: que en realidad somos un fracaso, que la ley es buena pero que somos carnales y luego permitir que el Espíritu obre la voluntad de Dios en nuestra vida. Que Dios nos capacite para considerarnos muertos al pecado (cap. 6) y a la ley (cap. 7), para que podamos, por medio del Espíritu, disfrutar de la bendita libertad de los hijos de Dios y glorificar a Dios viviendo en santidad.
Comentarios