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Historia de la Iglesia

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Leccion 9, Tema 1
En Progreso

La Iglesia y su misión

  • El comienzo

El comienzo del cristianismo fue muy humilde. El libro de los Hechos nos habla de apenas 120 personas en una casa de Jerusalén. Realmente un comienzo pequeño. Sin embargo, a partir de aquel puñado de creyentes llenos del Espíritu Santo, muy pronto el testimonio cristiano se esparciría a lo largo y a lo ancho del Imperio Romano y más allá también, en todas direcciones. Si bien Hechos no registra la expansión del cristianismo a las diferentes regiones representadas en Pentecostés (Partia, Media, Elam, Mesopotamia y Libia), sí hay testimonios del arribo temprano de la fe cristiana a estos lugares como también a Asia Menor (Capadocia, Ponto, Asia, Frigia y Panfilia), a África del Norte (Egipto y Cirene), Roma, Creta, Arabia, entre otras regiones. De modo que, en las décadas inmediatas después de Pentecostés, el movimiento cristiano se esparció ampliamente tanto dentro como fuera del Imperio Romano.

De los relatos de los viajes misioneros de Pablo y de referencias en sus epístolas, sabemos que el evangelio fue llevado a Macedonia, Acaya y posiblemente también a España. Esta rápida expansión ocurrió dentro de los primeros 35 años después de la muerte de Cristo. No obstante, desconocemos con precisión el grado de penetración en estas áreas o cualquier extensión más allá de ellas, hacia fines del primer siglo. La Primera Carta de Pedro habla de cristianos en Bitinia, Ponto y Capadocia. También se habla de cristianos en Tiro y Sidón, y muchas otras partes.

Para el año 240, Orígenes decía que las profecías del Antiguo Testamento se estaban cumpliendo y que el cristianismo se estaba transformando en una religión mundial. Según él señala, en su Comentario sobre Ezequiel: “Con la venida de Cristo, la tierra de Bretaña acepta la creencia en el único Dios. Así también los moros de África. Así también todo el globo. Ahora hay iglesias en las fronteras del mundo, y toda la tierra grita de gozo al Dios de Israel.”

  • El avance

¿Cómo ocurrió este extraordinario avance? ¿Quiénes fueron sus protagonistas? Los documentos del Nuevo Testamento y de la primera literatura cristiana nos ofrecen suficientes testimonios como para ilustrar este proceso asombroso. Sobre todo, nos muestran cómo, bajo la conducción del Espíritu Santo, apóstoles, obispos o pastores, evangelistas y misioneros itinerantes, apologistas, y creyentes anónimos proclamaron las buenas nuevas del evangelio y llevaron su mensaje hasta pueblos remotos.

El ministerio de los apóstoles. El libro de los Hechos de los Apóstoles nos presenta a los primeros en asumir la responsabilidad de llegar con el evangelio “hasta lo último de la tierra”. Lucas, el primer historiador cristiano y autor de Hechos, describe los primeros pasos del avance del cristianismo siguiendo el bosquejo trazado por Jesús antes de ascender a los cielos (Hch. 1:8). El cuadro que sigue resume las tres etapas principales del ministerio o misión de los apóstoles, según Hechos.

CUADRO 9 – TRES ETAPAS DE LA MISIÓN DE LOS APÓSTOLES
TRES ETAPAS

 

FIGURAS CENTRALES – EVENTOS – PROGRESO

 

1. Testimonio “en Jerusalén” (Hechos 1–5)

 

– TESTIMONIO A JUDIOS Y PROSELITOS

Los doce con Pedro y Juan como centrales. Sus oyentes eran hombres que provenían de 14 áreas diferentes, 5 en Oriente y 2 en África. Tres mil se convierten en un día. Los números pronto ascienden a cinco mil.

 

2. Testimonio “en toda Judea y Samaria” (Hechos 6–12)

 

– TESTIMONIO A SAMARITANOS, GENTILES ADHERENTES Y PAGANOS

Los Siete, con Esteban y Felipe como centrales. Esteban fue martirizado y los líderes esparcidos por Judea y Samaria. Pedro en Judea (Lida y Jope), y Samaria (Cesarea). Pedro bautiza a un soldado romano que era adherente del judaismo y a su familia. Pedro es arrestado por Herodes, escapa, y huye de Jerusalén.

 

3. Testimonio “hasta lo último de la tierra” (Hechos 13–28)

 

– TESTIMONIO A LOS GENTILES

Profetas y maestros de Antioquía comisionan a Bernabé y Pablo. Pablo es central. Los tres viajes misioneros de Pablo, su arresto en Jerusalén, su defensa en Cesarea y su arribo a Roma.

 

Como indica Foster: “Cuando consideramos al libro de los Hechos de los Apóstoles en su totalidad, … podemos ver estas tres etapas no sólo como movimientos de un área a otra, sino como una ampliación del alcance misionero.” El hecho más grande que narra el libro de los Hechos fue la misión a los gentiles, encarada por el apóstol Pablo, porque esto cambió los destinos del cristianismo, que se transformó de esta manera en una religión verdaderamente universal o mundial. Pablo fue el instrumento que el Señor utilizó para dirigir a la Iglesia hacia esta orientación universal de su servicio y ministerio, que es tan característica y propia del cristianismo. No obstante, la expansión apostólica de la fe cristiana fue la visión central que gobernó las decisiones y acciones de los primeros cristianos.

Eusebio de Cesarea: “Los santos apóstoles y discípulos de nuestro Salvador fueron esparcidos por todo el mundo. Tomás, nos cuenta la tradición, fue elegido para Partia, Andrés para los escitas, Juan para Asia, donde permaneció hasta su muerte en Éfeso. Pedro parece haber predicado en Ponto, Galacia y Bitinia, Capadocia y Asia, a los judíos de la Dispersión. Finalmente, vino a Roma donde fue crucificado, cabeza abajo según su propio pedido. ¿Qué se necesita decir de Pablo, quien desde Jerusalén hasta tan lejos como Ilírico predicó en toda su plenitud el evangelio de Cristo, y más tarde fue martirizado en Roma bajo Nerón?”

No es muy claro cuál fue el campo de labor apostólica de cada uno de los primeros apóstoles, y al evaluar esto conviene tener en cuenta lo que observa Latourette, cuando dice: “La tradición posterior que narra las actividades de varios miembros del grupo original de los Doce Apóstoles en partes del mundo bien diferentes no se ha probado que tenga base alguna en los hechos.” Se dice que Bartolomé llevó el Evangelio de Mateo a la India, adonde también llegó Tomás después de ministrar en Partia. La tradición en cuanto a Mateo es más bien confusa. Se dice que predicó primero a su propio pueblo y más tarde en tierras extranjeras. Jacobo el hijo de Alfeo parece haber ido a Egipto, mientras que se informa que Tadeo fue misionero en Persia. Egipto y Bretaña se mencionan como campos de misión de Simón el Zelote, mientras que también hay reportes de su ministerio en Persia y Babilonia. Se le atribuye al evangelista Juan Marcos haber fundado la iglesia en Alejandría.

El ministerio de los obispos y/o pastores. Además de los apóstoles, hubo muchos otros que llevaron adelante esta misión. Entre ellos, los obispos o pastores que son considerados por Eusebio de Cesarea como los “sucesores de los apóstoles.” En la historia del cristianismo muchos de ellos son conocidos también como Padres Apostólicos. Ellos fueron los autores de los primeros escritos cristianos después de los apóstoles. Se los llama “Padres” porque este término se aplicaba al maestro, ya que en el uso de la Biblia y del cristianismo primitivo los maestros son considerados como los padres espirituales de sus alumnos (1 Co. 4:15). El nombre de “apostólicos” deriva del hecho de que fueron discípulos directos o indirectos de alguno de los Doce. Entre los Padres Apostólicos más importantes cabe mencionar:

Clemente de Roma (30–100), fue el tercer obispo de Roma, ente los años 91–100. Eusebio (siguiendo a Orígenes) lo identifica con el Clemente de Filipenses 4:3. Eusebio menciona y cita el texto de la carta que Clemente “escribió en nombre de la iglesia romana” a la iglesia de Corinto y la califica de “epístola grande y maravillosa.” También dice que esta epístola “es leída desde tiempos antiguos hasta nuestros días en las iglesias.” En esta carta Clemente enfatiza la idea de la sucesión apostólica, doctrina que más tarde sería fundamental para la Iglesia Católica Romana. Clemente escribió esta carta para hacer frente a un conflicto generado en la iglesia de Corinto, allá por el año 95. Por las expresiones de Clemente, parece ser que la iglesia en aquella ciudad no había aprendido muy bien las lecciones que Pablo quiso enseñarles a través de sus varias cartas. Este notable obispo de Roma murió mártir bajo la persecución de Domiciano.

Ignacio de Antioquia (m. 117) sirvió como obispo de Antioquía de Siria hasta que fue arrestado allí y enviado bajo custodia a Roma, donde fue martirizado durante el reinado del emperador Trajano. Durante el viaje escribió cartas a varias iglesias de Asia Menor y a la iglesia en Roma, alentando a los creyentes en su fe y combatiendo a aquellos judíos cristianos que a él le parecía restringían el significado y la práctica del evangelio cristiano con sus enseñanzas y prácticas judaizantes. También atacó a otros (quizás los mismos judaizantes) que no podían aceptar la realidad de la encarnación de Cristo y sus sufrimientos, y en consecuencia se inclinaban a las doctrinas del docetismo. Ignacio fue un gran defensor de la fe y se opuso especialmente a las herejías gnósticas. Sus cartas conocidas son: A los Efesios, A los Magnesios, A los Tralianos, A los Romanos, A los Filadelfos, A los Esmirnenses, y una carta A Policarpo. En su carta A los Romanos, Ignacio habla con gran entusiasmo de su inminente martirio en Roma, y lo hace en términos que hoy nos sorprenden.

Ignacio de Antioquía: “Ojalá que disfrute de las bestias que están preparadas para mí, y ruego hallarlas ya prontas contra mí. Hasta voy a acariciarlas para que sin demora me devoren, y no (me suceda) como a algunos a quienes, intimidadas, no tocaron. Y si ellas se resistieren, yo mismo las provocaré. ¡Perdonadme! Yo sé lo que me aprovecha. Ahora empiezo a ser discípulo de Cristo. ¡Que nada de las cosas visibles o invisibles me tenga celos, por llegar a Jesucristo! ¡Que fuego o cruz, manadas de bestias, (amputaciones, desmembraciones), descoyuntamiento de los huesos, miembros cortados, tormentos de todo el cuerpo, crueles azotes del diablo vengan sobre mí, con tal de llegar a Jesucristo!”

Policarpo de Esmirna (69–155) fue obispo de Esmirna en Asia Menor y discípulo del apóstol Juan, y un destacado evangelista. Éste es el Policarpo, que tan profundamente había impresionado al joven Ireneo con su predicación. En razón de su fidelidad, llegó a ser venerado como un testigo viviente de la era apostólica a lo largo de la primera mitad del siglo segundo. Policarpo compiló y preservó las epístolas de Ignacio y escribió una epístola A los Filipenses. Vivió hasta una edad avanzada, diciendo en el juicio previo a su martirio que había servido a Cristo por 86 años. Fue martirizado en el año 155–156, bajo el emperador Antonino Pío. Tenemos el relato de su martirio, que tiene la forma de una carta encíclica de la iglesia de Esmirna, y que fue probablemente escrita por testigos oculares del mismo. El relato es sumamente conmovedor y refleja la grandeza espiritual de este gran pastor.

Actas del martirio de Policarpo: “Cuando Policarpo entró en el estadio, habló una voz del cielo: ‘¡Sé fuerte, sé hombre, Policarpo!’ Nadie vio al que hablaba, mas oyeron la voz cuantos estaban presentes de los nuestros.…

Llevado ante el procónsul, éste le preguntó si era Policarpo. A su respuesta afirmativa, le instaba a renegar de su fe, diciéndole: ‘¡Apiádate de tu vejez!’ y otras cosas por el estilo, como es su costumbre en tales procedimientos, como: ‘¡Jura por la fortuna de César! ¡Conviértete! Di: ¡Mueran los ateos!’ Entonces Policarpo, volviéndose con semblante sombrío hacia toda esa muchedumbre de impíos paganos apiñada en el estadio, extendió hacia ellos su mano y mirando al cielo, con un suspiro dijo: ‘¡Mueran los ateos!’

Luego el procónsul insistió más y dijo: ‘¡Jura y te absolveré! ¡Blasfema a Cristo!’ Le repitió Policarpo: ‘Durante ochenta y seis años he servido a Cristo y nunca me hizo mal alguno. ¿Cómo puedo blasfemar de mi Rey que me salvó?’ Pero como el otro insistía aún, diciéndole: ‘¡Jura por la fortuna del César!’, contestó: ‘Si te impulsa la vanagloria a hacerme jurar por la fortuna del César, según tus palabras, y estás fingiendo ignorar quién soy, escucha mi franca confesión: ¡soy cristiano! Si empero quieres conocer la razón de la fe cristiana, ¡dame un día y óyeme!’

El procónsul le dijo: ‘Te entregaré como pasto de las llamas, si es que las bestias te parecen poco, y si no cambias de actitud.’ Policarpo le contestó: ‘Me amenazas con un fuego que arde una hora y pronto se apaga, porque no conoces aquel fuego del juicio venidero y del eterno suplicio que espera a los impíos. Pero, ¿para qué más demora? ¡Haz lo que quieras!’ ”

El ministerio de evangelistas y misioneros itinerantes. Además de los apóstoles y pastores hubo muchos otros que llevaron adelante la misión cristiana. Los documentos del Nuevo Testamento ilustran la efectividad del ministerio evangelizador y misionero de muchos, que yendo de lugar en lugar ganaban a nuevos creyentes y plantaban iglesias. En los primeros siglos muchos evangelistas y misioneros itinerantes iban de comarca en comarca proclamando el evangelio tal como lo habían hecho los Setenta (Lc. 10:1–24), Felipe (Hch. 8), y otros anteriormente. Conforme la indicación de Jesús, estos predicadores itinerantes vivían de lo que los creyentes locales les daban para su sustento y se alojaban en sus casas, mientras cumplían su ministerio en cada localidad. Fue inevitable que muy pronto se cometieran abusos y que algunos de estos predicadores itinerantes cumplieran su ministerio por “ganancia deshonesta” (1 Ti. 3:3; Tit. 1:10–11; 1 P. 5:2). Leyendo los documentos del Nuevo Testamento se perciben los problemas que provocaban algunos de estos ministerios itinerantes falsos o con motivos equivocados.

La Didaché es un pequeño opúsculo de fines del primer siglo, que gozó de gran autoridad como manual de eclesiología, al punto que compitió seriamente con los escritos canónicos del Nuevo Testamento en la preferencia de los primeros cristianos. El documento pretende basar su enseñanza en los apóstoles, y por eso se lo conoce también como Doctrina de los Doce Apóstoles. La obra se presenta como una síntesis moral, litúrgica y disciplinaria. Es posible haya sido utilizada para la educación cristiana de los catecúmenos. La Didaché advierte sobre el ministerio itinerante de algunos evangelistas falsos o deshonestos.

Didaché “En cuanto a los apóstoles y profetas, procedan así conforme al precepto del evangelio: todo apóstol que llegue a ustedes ha de ser recibido como el Señor. Pero no se quedará por más de un día o dos, si hace falta; quedándose tres días, es un falso profeta. Al partir, el apóstol no aceptará nada sino pan para sustentarse hasta llegar a otro hospedaje. Si pidiere dinero, es un falso profeta. Y a todo profeta que hable en espíritu, no le tienten ni pongan a prueba. Porque todo pecado se perdonará; mas este pecado no será perdonado. Pero no cualquiera que habla en espíritu es profeta, sino sólo cuando tenga las costumbres del Señor. Pues, por las costumbres se conocerá al seudo profeta y al profeta. Y ningún profeta, disponiendo la mesa en espíritu, comerá de la misma, de lo contrario, es un falso profeta. Pero todo profeta que enseña la verdad, y no hace lo que enseña, es un profeta falso. Todo profeta, sin embargo, probado y auténtico, que obra para el misterio cósmico de la Iglesia, pero no enseña a hacer lo que él hace, no ha de ser juzgado por ustedes. Su juicio corresponde a Dios. Porque otro tanto hicieron los antiguos profetas. Mas quien dijere en espíritu: Dame dinero, u otra cosa semejante, no lo escuchen. Si, empero, les dice que den para otros menesterosos, nadie lo juzgue.”

No obstante, fueron mucho más numerosos los evangelistas y misioneros que cumplieron su ministerio con poder de lo alto y gran efectividad. Entre los más destacados cabe mencionar a algunos que no sólo proclamaron la palabra acompañando el mensaje con señales y milagros, sino también con una profunda reflexión teológica y enseñanza de la sana doctrina.

Cuadrato de Atenas (c. 130) fue un gran evangelista, según Eusebio, al igual que Panteno de Sicilia (c. 200). Del segundo se dice que se convirtió del paganismo al cristianismo y se involucró muy pronto en un ministerio de predicación misionera. Hizo un viaje a la India con la idea de ganar a las castas superiores para la fe cristiana. Desde alrededor del año 180 se estableció en Alejandría, donde enseñó y sirvió como el primer director de la escuela catequética en aquella ciudad de Egipto. Entre sus discípulos estuvieron destacados teólogos de la antigüedad, como Clemente de Alejandría y Alejandro de Jerusalén.

Eusebio de Cesarea: “Para ese tiempo, Panteno, un hombre altamente distinguido por su erudición, estaba a cargo de la escuela de los fieles en Alejandría. Una escuela de erudición sagrada, que continúa hasta nuestro día, fue establecida allí en tiempos antiguos, y tal como se nos ha informado, fue administrada por hombres de gran habilidad y celo por las cosas divinas. Entre estos se informa que Panteno en ese tiempo fue especialmente conspicuo, ya que había sido educado en el sistema filosófico de aquellos llamados estoicos. Ellos dicen que él manifestó tal entusiasmo por la palabra divina, que fue designado como heraldo del evangelio de Cristo a las naciones del Este, y fue enviado hasta tan lejos como la India. Porque realmente todavía había muchos evangelistas de la Palabra que procuraban ardientemente utilizar su celo inspirado, siguiendo los ejemplos de los apóstoles, para el incremento y edificación de la Palabra divina. Panteno fue uno de éstos, y se dice que él fue a la India. Y se informa que entre personas allí que conocían a Cristo, él encontró el Evangelio según Marcos, que había anticipado su propio arribo. Puesto que Bartolomé, uno de los apóstoles, les había predicado, y había dejado con ellos el relato de Mateo en la lengua hebrea, que ellos preservaron hasta ese tiempo. Después de muchas buenas acciones, Panteno finalmente llegó a ser la cabeza de la escuela en Alejandría, y expuso los tesoros de la doctrina divina tanto de manera oral como por escrito.”

El ministerio de los apologistas. Los apologistas fueron defensores de la fe cristiana durante el siglo II, que enseñaron y escribieron contra las acusaciones populares y otros ataques más sofisticados, especialmente por parte de representantes del judaísmo y el politeísmo. Estos escritores, mayormente en lengua griega, se propusieron defender la verdad y posición de la fe cristiana frente a las filosofías, religiones y planteos políticos de sus días. Muchos de sus escritos estuvieron dedicados a los emperadores, pero sus interlocutores fueron mayormente las personas educadas de sus días. Algunos de los apologistas más famosos fueron los siguientes.

Arístides de Atenas (76–138) fue un filósofo ateniense cristiano, que presentó al emperador Antonino Pío una defensa del cristianismo, alrededor del año 140. Eusebio menciona a Arístides como “un creyente fervientemente devoto a nuestra religión, que dejó, al igual que Cuadrato, una apología de la fe, dirigida a Adriano.” Evidentemente, Eusebio se equivocó en cuanto al destinatario de la Apología, pero no en cuanto a la calidad y compromiso cristiano de su autor. Jerónimo dice que la apología de Arístides estaba llena de pasajes de escritos de los filósofos, y que Justino, más tarde, hizo bastante uso de ella. Su obra muestra una fuerte influencia paulina. La Apología de Arístides es la más antigua que se conserva.

Arístides de Atenas: “Los cristianos conocen y confían en Dios. Apaciguan a quienes los oprimen y los hacen sus amigos, hacen bien a sus enemigos. Sus esposas son virtuosas y sus hijas modestas; sus hombres se abstienen de casamientos ilícitos y de toda deshonestidad. Si tienen siervos o niños los persuaden a hacerse cristianos por el amor que a ellos tienen; y cuando lo son, los llaman sin distinción hermanos; se aman los unos a los otros. No rehuyen ayudar a las viudas. Rescatan al huérfano de los que le hacen violencia. El que tiene da al que no tiene. Si ven a un forastero, lo llevan a su casa y se regocijan como un verdadero hermano; no se llaman hermanos por el parentesco, sino por el Espíritu de Dios. Si entre ellos hay alguno pobre y necesitado y no tienen bocado que darle, ayunarán dos o tres días para proporcionarle el alimento necesario. Escrupulosamente obedecen los mandatos del Mesías. Todas las mañanas y a cada hora dan gracias y alaban a Dios por su amorosa bondad hacia ellos; por ellos fluye todo lo bello que hay en el mundo. Pero las buenas acciones que ellos hacen no las proclaman a los oídos de las multitudes y tienen cuidado de que ninguno las perciba. Así es como ellos trabajan para ser rectos. Verdaderamente ésta es gente nueva y hay algo de divino en ellos.”

Ya hemos citado a Justino Mártir (114–165), el más grande de los apologistas del siglo II. Justino nació en Flavia (Neápolis). Desde joven quiso conocer a Dios de manera personal. Así fue como recorrió los caminos del estoicismo, la filosofía de los peripatéticos y pitagóricos, y por último, el platonismo, pero sin encontrar satisfacción para su búsqueda de la verdad. Cierto día, mientras caminaba por la playa, se encontró con un anciano que lo convenció de la verdad del cristianismo. Se convirtió a la nueva fe, a la que defendió con todo el bagaje de su experiencia intelectual. Justino había estudiado como filósofo antes de hacerse cristiano, y como cristiano continuó vistiendo la toga de filósofo, de modo que enseñó el cristianismo como la filosofía verdadera.

De sus obras sólo sobreviven las Apologías (primera y segunda), y el Diálogo con Trifón el judío. Parece que Eusebio conoció también otras obras de este gran apologista. Sus Apologías son defensas de la fe cristiana contra la persecución y las sospechas que parecían justificar tal persecución. Están dirigidas al emperador, el senado y el pueblo de Roma. Su Diálogo con Trifón es una larga y estilizada discusión sobre la interpretación de las Escrituras, en la que Justino justifica la interpretación “profética” de la Biblia contra los argumentos del judío Trifón. Sus otras obras estaban dirigidas contra herejes, especialmente Marción y los gnósticos, y parecen haber incluido algunos tratados filosóficos. Justino fue muy influido por la filosofía platónica de sus días, en la que él veía muchos paralelos con el cristianismo. Fue martirizado entre el 162 y 168. El relato de su martirio ha llegado a nuestros días y es conmovedor.

El martirio de los santos mártires: “Rusticus el prefecto dijo: ‘¿Dónde se reúnen?’ Justino dijo: ‘Donde cada uno escoge y puede: ¿acaso te imaginas que todos nosotros nos reunimos exactamente en el mismo lugar? De ningún modo; porque el Dios de los cristianos no está circunscrito por un lugar; pero siendo invisible, él llena los cielos y la tierra, y es adorado y glorificado por los fieles.’ Rusticus el prefecto dijo: ‘Dime, ¿dónde se reúnen, o en qué lugar juntan a sus seguidores?’ Justino dijo: ‘Vivo escaleras arriba de un tal Martinus, cerca del Baño Timiotinio; y durante todo este tiempo (y ahora estoy viviendo en Roma por segunda vez) ignoro de cualquier otro lugar de reunión que el de él. Y si alguien deseaba venir a mí, le comunicaba las doctrinas de la verdad.’ Rusticus dijo: ‘Entonces, ¿no eres un cristiano?’ Justino dijo: ‘Sí, yo soy un cristiano.’ … Rusticus el prefecto dijo: ‘Entonces vayamos a la cuestión que tenemos por delante, y … ofrezcan sacrificio de buena voluntad a los dioses.’ Justino dijo: ‘Ninguna persona en su sano juicio abandona la piedad por la impiedad.’ Rusticus el prefecto dijo: ‘A menos que obedezcan, serán castigados sin misericordia.’ Justino dijo: ‘Por medio de la oración podemos ser salvos por nuestro Señor Jesucristo, aun cuando hayamos sido castigados, porque esto se tornará para nosotros en salvación y confianza en el juicio más temible y universal de nuestro Señor y Salvador.’ Lo mismo dijeron los otros mártires: ‘Haz lo que quieras, porque nosotros somos cristianos, y no sacrificaremos a los ídolos’.”

Hay un apologista anónimo, el autor de la Carta a Diogneto (c. 170). Esta carta es una apología cuyo autor y fecha de composición son desconocidos. Está dirigida al filósofo estoico Diogneto, quien fuera maestro del emperador Marco Aurelio (161–180). En doce breves capítulos, la carta presenta una de las más bellas y nobles apologías cristianas de su tiempo. El autor demuestra la necedad de la adoración a los ídolos y expone el carácter de la fe cristiana.

Carta a Diogneto: “Los cristianos no se distinguen de los demás hombres ni por su tierra natal, ni por su idioma, ni por sus instituciones políticas. Es a saber que no habitan en ciudades propias y particulares, no hablan una lengua inusitada, no llevan una vida extraña. Tampoco su orden de vida ha sido inventado por el estudio ingenioso de hombres curiosos; no patrocinan un sistema filosófico humano, como hacen algunos. Moran en ciudades griegas y bárbaras, según la suerte se lo depara a cada uno. Siguen las costumbres regionales en el vestir y en el comer, y en las demás cosas de la vida. Mas, con todo esto, muestran su propio estado de vida, según la opinión común, admirable y paradójico.

Viven en su patria, mas como si fuesen extranjeros. Participan de todos los asuntos como ciudadanos, mas lo sufren todo pacientemente como forasteros. Toda tierra extraña es patria de ellos; y toda patria, tierra extraña. Contraen matrimonio, como todos. Crían hijos, mas no los echan a perder. Tienen en común la mesa, mas no el lecho. Viven en la carne, mas no según la carne. Moran en la tierra, pero tienen su ciudadanía en el cielo. Obedecen las leyes establecidas, y con su vida particular sobrepujan a las leyes. Aman a todos y de todos son perseguidos. Son desconocidos, pero condenados. Los matan, y con ello les dan vida. Son mendigos y enriquecen a muchos. Sufren penuria de todo y abundan en todas las cosas. Son despreciados y en la deshonra hallan su gloria.”

Otro gran apologista fue Atenágoras (c. 177), un filósofo ateniense que se convirtió al cristianismo mientras leía la Biblia con el propósito de refutarla. Fue antecesor de Panteno en la escuela catequética de Alejandría y el más capaz de todos los apologistas griegos. Escribió muchos libros, la mayoría de ellos ahora perdidos. No obstante, de todas sus obras se conservan su Apología y un Tratado sobre la resurrección, que dan evidencia de su habilidad como escritor y de su rica cultura. Atenágoras presentó su Apología a los emperadores Aurelio y Cómodo en el año 177.

Minucio Félix (m. 180) fue un abogado romano y el primer apologista que escribió en latín. Su obra lleva el título de Octavio, ya que éste era el nombre del protagonista cristiano que discute con un pagano. La obra consiste en una discusión acerca del paganismo y el cristianismo. El libro está dividido en diez capítulos, que son muy atractivos en razón de su lenguaje fácil y fluido. Lo más interesante de todo el diálogo es que el pagano repite los rumores que circulaban acerca de los cristianos en los sectores populares, y esto nos da una idea de la opinión de la gente en el Imperio Romano acerca de los cristianos.

Minucio Félix: “Oigo que, persuadidos por alguna convicción absurda, ellos adoran la cabeza de un asno, la más baja de todas las criaturas.… El relato acerca de la iniciación de los nuevos miembros es tan detestable como es bien conocido. Un niño, cubierto con harina, en orden a engañar a los desprevenidos, es colocado delante de aquél que es iniciado en los misterios. Engañado por esta masa de harina, que le hace creer que sus golpes no causan daño, el neófito mata al infante.… Ellos ávidamente lamen la sangre de este niño y discuten sobre cómo compartir sus miembros. Por esta víctima hacen pacto entre ellos, ¡y es por causa de su complicidad en este crimen que guardan un silencio mutuo!

Todo el mundo sabe acerca de sus banquetes, y se habla de éstos en todas partes.… En los festivales se reúnen para una fiesta con sus hijos, sus hermanas, sus madres, gente de ambos sexos y de toda edad. Después de comer su porción, cuando la excitación de la fiesta está al máximo y su ardor borracho ha inflamado las pasiones incestuosas, provocan a un perro que ha estado atado a una lámpara de pie para que salte, arrojándole un pedazo de carne más allá del alcance de la cuerda que lo sujeta. Apagándose de esta manera la luz que podía haberlos traicionado, se abrazan los unos a los otros, y con quien sea. Si en los hechos esto no ocurre, sí pasa por sus mentes, dado que éste es su deseo.”

Por último, mencionaremos a Teófilo de Antioquía (130–190). Teófilo nació en un hogar pagano y se convirtió por el estudio cuidadoso de las Escrituras. En 168 fue nombrado obispo de Antioquía y se destacó como apologista. Escribió varias obras contra las herejías de sus días, comentarios de los Evangelios y del libro de Proverbios. Lo único que nos queda de su producción literaria son tres libros apologéticos, que están dirigidos a su amigo Autólico.

El ministerio de creyentes anónimos. Quienes más hicieron por la rápida expansión de la fe cristiana fueron los innumerables creyentes anónimos que viajaban predicando y estableciendo nuevas iglesias allí donde iban. La inmensa mayoría nos es desconocida, si bien a algunos pocos los conocemos por nombre (por ejemplo, Aquila y Priscila, Hch. 18). En general, estos creyentes anónimos eran personas de muy poca educación y muchos de ellos eran esclavos. Su falta de notoriedad social los constituía en el objeto de la burla de las personas más educadas o de rango social más alto, que consideraban la fe de ellos como una superstición peligrosa y despreciable. El filósofo pagano Celso nos da testimonio de cómo funcionaba, según su opinión, el ministerio de estos creyentes anónimos.

Celso: “Vemos en casas privadas a tejedores, zapateros, campesinos ignorantes. Ellos no se atreverían a abrir sus bocas con personas mayores allí, o frente a su amo más sabio. Pero van a los niños, o a cualesquiera de las mujeres que son ignorantes como ellos mismos. Entonces derraman maravillosas declaraciones: ‘No deben prestar atención a su padre o a sus maestros. Obedezcan a nosotros. Ellos son necios y estúpidos. Ellos ni conocen ni pueden hacer nada realmente bueno. Sólo nosotros conocemos cómo deben vivir los hombres. Si ustedes, niños, hacen como nosotros decimos, serán felices ustedes mismos y harán feliz también a su hogar.’

Mientras están hablando, ven venir a uno de los maestros de la escuela o incluso al padre mismo. Así que murmuran: ‘Con él aquí no podemos explicar. Pero si quieren, pueden venir con las mujeres y sus compañeros de juego a los aposentos de las mujeres, o del tejedor, o a la lavandería, de modo que puedan obtener todo lo que hay.’ Con palabras como éstas, ellos los conquistan.”

Sin embargo, fue el testimonio comprometido de estos miles de creyentes simples pero llenos del poder del Espíritu Santo, el factor que explica el explosivo crecimiento del cristianismo en los dos primeros siglos. Se estima que hacia principios del segundo siglo solamente en el ámbito del Imperio Romano el número de cristianos llegaba a cerca del millón de personas. El celo de estos creyentes anónimos y su disposición de proclamar el evangelio del reino se destacaron por encima de cualquier otra característica de su vida religiosa.

Orígenes de Alejandría: “… los cristianos no descuidan, hasta donde depende de ellos, tomar medidas para diseminar su doctrina por todo el mundo. Algunos de ellos, consiguientemente, han hecho de esto su ocupación al viajar no sólo a través de ciudades, sino incluso villas y casas de campo, con el fin de poder hacer convertidos para Dios. Y nadie sostendría que ellos hacen esto por causa de ganancia, cuando a veces ellos no aceptan incluso el sustento necesario.”

Muchos de estos testigos predicaron más con la calidad de sus vidas transformadas, que con la profundidad de su teología. Este hecho fue precisamente el argumento preferido de los apologistas en sus defensas de la fe cristiana. Cabe recordar que, en general, los apologistas escribieron y dirigieron sus obras a paganos y enemigos del cristianismo. En su argumentación en contra de las acusaciones de Celso, Orígenes afirma: “Si alguien desea ver a hombres que trabajan por la salvación de otros, en un espíritu como el de Cristo, que tome nota de aquellos que predican el evangelio de Jesús en todas las tierras.… Hay muchos Cristos en el mundo.”

Justino Mártir: “Él [Jesús] nos ha exhortado a que, con paciencia y mansedumbre, conduzcamos a todos los hombres fuera de la vergüenza y el amor al mal. Y esto realmente lo podemos mostrar en el caso de muchos que alguna vez eran de vuestra manera de pensar, pero han cambiado su disposición violenta y tiránica, siendo vencidos ya sea por la constancia que han visto en las vidas de sus vecinos [cristianos], o por la extraordinaria paciencia que han observado en sus compañeros de viaje [cristianos] al ser defraudados, o por la honestidad de aquellos con los que han hecho negocios.”

Otros dieron testimonio a través de su sufrimiento por Cristo. Jesús fue bien claro cuando estableció la condición para el discipulado cristiano: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame. Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, éste la salvará” (Lc. 9:23–24). Muchos cristianos en la antigüedad interpretaron estas palabras como refiriéndose a estar dispuestos a padecer todo tipo de sufrimiento e incluso la muerte misma, por amor al Señor. Algunos sufrieron por confesar a Cristo como Salvador y Señor, y se los llamó “confesores.” Otros murieron por hacerlo, y se los llamó “mártires” (del griego martures, testigos). La mayoría de los creyentes de estos primeros siglos entendió bien que la mejor manera de confesar “Creo en Cristo” es estar dispuesto a morir por él. Entre miles de estos testigos estuvo Basílides, un oficial del ejército romano en Alejandría allá por el año 210, que condujo a una mujer cristiana, Potamiaena, a su ejecución, y luego fue mártir él mismo al convertirse a la nueva fe gracias al testimonio de ella.

Eusebio de Cesarea: “Acto seguido, ella [Potamiaena] recibió inmediatamente la sentencia, y Basilides, uno de los oficiales del ejército, la condujo a la muerte. Pero mientras el pueblo intentaba molestarla e insultarla con palabras abusivas, él empujó hacia atrás a quienes la insultaban, mostrándole mucha piedad y bondad. Y percibiendo la simpatía del hombre por ella, ella lo exhortó a ser valiente, porque ella suplicaría al Señor por él después de su partida, y él pronto recibiría una recompensa por la bondad que le había mostrado. Habiendo dicho esto, noblemente soportó el tormento, mientras le derramaban brea ardiendo poco a poco sobre varias partes de su cuerpo, desde la planta de sus pies hasta la corona de la cabeza.…

No mucho después de esto, Basílides, cuando sus compañeros soldados le pidieron que jurara por una cierta cuestión, declaró que no podía jurar bajo ninguna circunstancia, porque él era cristiano, y confesó esto abiertamente. Al principio ellos pensaron que estaba bromeando, pero cuando él continuó afirmándolo, fue llevado ante el juez, y, reconociendo su convicción delante de él, fue puesto en prisión. Cuando los hermanos en Dios lo visitaron y le preguntaron la razón para esta repentina y sorprendente resolución, se dice que él declaró que durante tres días después de su martirio, Potamiaena se paró a su lado en la noche y colocó una corona sobre su cabeza, y dijo que había orado al Señor por él y había obtenido su pedido, y que pronto ella lo pondría a su lado. Acto seguido, los hermanos le dieron el sello del Señor [bautismo]; y al día siguiente, después de dar un glorioso testimonio por el Señor, él fue decapitado.”45

  • La organización

Los ministerios de la Iglesia se fueron organizando a lo largo de muchos siglos. Su origen y desarrollo es bastante oscuro. Los términos que se usan en el Nuevo Testamento y en los documentos sub-apostólicos para referirse a los diversos ministerios son muy variados y el mismo vocablo no siempre tiene el mismo significado, que depende del lugar y el período. La organización de la iglesia en tiempos del Nuevo Testamento era totalmente diferente de la organización de las iglesias hoy.

La organización de la Iglesia era muy simple. No había una jerarquía eclesiástica. La iglesia era una comunidad carismática, en la que algunos hermanos cumplían ciertas funciones más específicas. Cada comunidad era autónoma, libre y con una autoridad local centrada en la voluntad de la asamblea, y expresada a través del consenso de sus miembros. No había distinción alguna entre clérigos y laicos, sino que cada creyente se sentía responsable por el testimonio y el servicio cristianos.

Los primeros desarrollos en la organización de la Iglesia ocurrieron conforme las características culturales impuestas por los diversos contextos y sobre todo por la demanda de testificar el evangelio con efectividad en los mismos. En este sentido, hay dos contextos que considerar. Por un lado, la comunidad palestinense, es decir, aquella que se desarrolló en Palestina, especialmente en torno a la ciudad de Jerusalén y su influencia. La comunidad cristiana primitiva en esta tradición tenía una organización doble. El primer liderazgo estaba constituido por el grupo de los Doce, que se remontaba al ministerio terrenal de Jesús (Mr. 3:16–19), y cuyo número se completó después de la muerte de Judas (Hch. 1:15–16). Este liderazgo colectivo administraba la comunidad palestinense de lengua hebrea (aramea). El segundo liderazgo estaba representado por el grupo de los Siete, inspirados por Esteban (Hch. 6:1–6), que cuidaba de la comunidad que había emergido del judaísmo helenista y que hablaba griego.

Por otro lado, encontramos la comunidad de la diáspora. La persecución que siguió al martirio de Esteban resultó en la dispersión de los judíos helenistas, que se hicieron misioneros. A partir de aquí, surgieron diferentes formas de organización, que dependían del origen de la comunidad. La comunidad en Jerusalén y otras derivadas del judaísmo se modelaron en base a la comunidad judía por excelencia, la sinagoga. Al frente de estos grupos estaba un colegio de ancianos o presbíteros (del griego presbúteros, anciano). Santiago (o Jacobo), el hermano de Jesús, era la cabeza en Jerusalén (Hch. 15:13–21), probablemente una suerte de presidente del grupo de dirigentes constituido por apóstoles y ancianos (Hch. 15:2, 4, 6, 22). Parece claro que los Doce fundaron varias comunidades de este tipo en Judea, Samaria y las regiones vecinas.

La comunidad cristiana en Antioquía era de origen misionero y tuvo una doble organización. Por un lado, un ministerio itinerante constituido por misioneros itinerantes (por ejemplo, 1 Co. 12:28), que practicaban un ministerio carismático. Este tipo de ministerio itinerante parece haber sido toda su vida y responsabilidad. Estos agentes misioneros eran apóstoles que no formaban parte del grupo de los Doce (como Pablo y Bernabé). Como responsables de la tarea de evangelización y plantación de iglesias, estos misioneros viajaban todo el tiempo. Por otro lado, había en Antioquía un ministerio residente. Este ministerio estaba constituido por profetas, que exponían la palabra de Dios en las congregaciones, y maestros, que eran una especie de rabinos que se especializaban en la enseñanza de las Escrituras.

En el curso de sus viajes, los misioneros fundaban comunidades locales y nombraban a personas responsables como cabeza de cada una de ellas. El liderazgo de estas comunidades locales, al menos durante algún tiempo y en ciertas regiones, durante las primeras décadas de expansión cristiana en el Imperio Romano, estaba constituido por obispos (sobreveedores) o presbíteros (ancianos). En Tito 1:5, 7; 1 Timoteo 3:1–2 y 5:17–19, Pablo se refiere a estos líderes llamándolos indistintamente obispos y/o ancianos. El primer vocablo enfatiza su función (sobreveer o supervisar la congregación), mientras que el segundo indica la necesidad de madurez espiritual y experiencia. También se mencionan a los diáconos, que tenían un ministerio de servicio también de orientación pastoral, ya que se esperaba que ellos cumpliesen con los mismos requisitos que los obispos (1 Ti. 3:8–13). En Filipenses 1:1, Pablo hace referencia a ambas funciones ministeriales, “obispos y diáconos.”

La tarea primordial de estos ministerios residentes era la de predicar, bautizar y presidir la Eucaristía. En general, en todo el movimiento cristiano, obispos y presbíteros llegaron a cumplir muchas de las funciones que eran llevadas a cabo por los sacerdotes de otras religiones. Todos los ministros en la Iglesia eran dedicados al servicio mediante la imposición de manos, acompañada de oración y ayuno (Hch. 6:6; 13:3; 1 Ti. 5:22). De todos modos, el Nuevo Testamento no es muy claro en sus referencias a los diversos ministerios en la Iglesia. Es probable que haya habido una evolución a lo largo del tiempo y que no se haya hecho lo mismo en todos los lugares. De hecho, da la impresión como que había otras categorías o tipos de ministerios en algunas iglesias además de las mencionadas. En Efesios 4:11, por ejemplo, se habla de “apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros,” lo cual representa una estructura carismática de ministerio.

  • La membresía

El concepto más difundido en las primeras comunidades cristianas era el de entender a la Iglesia como la familia o casa (oikos) de Dios. En el mundo greco-romano, la familia era el núcleo de la sociedad y su fundamento. El ingreso a la familia de la fe se producía después que la persona tomaba una decisión de fe por Jesucristo y sellaba su compromiso con la comunidad mediante el bautismo. Los derechos y deberes del miembro de la Iglesia, así como la disciplina a la que se sujetaba, estaban directamente relacionados con el concepto del cuerpo de creyentes como una nueva familia, la familia de Dios. En esta nueva unidad social básica, caracterizada por un nuevo pacto de fe con el Creador, el líder (obispo o presbítero) poco a poco pasó a ocupar el papel del patriarca o padre de familia. Por lo demás, la comunidad de fe estaba integrada y estructurada como cualquier familia patriarcal de aquellos tiempos.

La gran masa de cristianos en los primeros dos siglos estaba constituida por esclavos. En el Imperio Romano casi todo el trabajo, el especializado y el más duro, era hecho por esclavos. En el mundo antiguo, la esclavitud de una forma u otra era un fenómeno universal. El famoso historiador inglés Eduardo Gibbon indica que había 60 millones, lo que puede ser una exageración, aunque refleja el alcance de este problema social. Pablo dice: “Mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles; sino que lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia” (1 Co. 1:26–29). Si bien algunos cristianos pertenecían a las clases más privilegiadas e incluso algunos pocos eran funcionarios de gobierno o de muy buena posición económica y social, la gran mayoría eran esclavos o gente de condición muy humilde. El cristianismo no intentó abolir la esclavitud. El mundo antiguo no podía concebir una sociedad sin esclavos. Pero los cristianos negaron firmemente que la distinción entre esclavo y libre tuviera importancia para Dios (Gá. 3:28).

No obstante, había algunos cristianos en posiciones de prestigio y autoridad social. Hubo discípulos de Jesús en lugares prominentes (Lc. 8:3). En la Iglesia primitiva, algunos creyentes fueron personas de relevancia social, como Manaén (Hch. 13:1), “los de la casa de César” (Fil. 4:22), y el procónsul Sergio Paulo en Chipre (Hch. 13:12). Hay otros testimonios de personas distinguidas fuera de los documentos del Nuevo Testamento. Una sobrina de Domiciano, Domitila, esposa de un cónsul, fue exiliada en el año 96 por ser cristiana (según Eusebio). Una catacumba o cementerio cristiano en Roma lleva su nombre. El emperador Cómodo (180–192) fue influido positivamente por una concubina cristiana de nombre Marcia. La madre del emperador Alejandro Severo (222–235), Mamea, mandó una escolta a Orígenes en su viaje a Antioquía, donde él “se quedó con ella durante algún tiempo y le mostró muchas cosas concernientes a la gloria del Señor y de la virtud del mensaje divino.” Orígenes mismo escribió al emperador Felipe (244–249) y a su esposa porque oyó del interés de ellos en el cristianismo.

Allá por el año 248 Orígenes decía que las falsas acusaciones contra los cristianos “ahora son reconocidas, incluso por la masa del pueblo, como calumnias falsas contra los cristianos.” Con un optimismo algo excesivo, Orígenes anticipaba que “toda otra adoración se extinguirá y sólo la de los cristianos prevalecerá. Así será algún día, a medida que su doctrina tome posesión de las mentes en una escala cada vez más grande.”

El evangelio era proclamado a todos los grupos sociales. La misión cristiana tenía como objetivo llegar a todas las personas en todos los lugares hasta el fin del mundo para anunciarles el evangelio del reino. Líderes como Orígenes, proveniente de Alejandría, viajaron mucho en el Imperio Romano y por todo el este proclamando el evangelio. Para mediados del tercer siglo la fe en Jesucristo había cubierto todo el ámbito del Imperio Romano y algunas regiones, como Asia Menor y el norte de África, contaban con una considerable densidad de población cristiana.

Orígenes de Alejandría: “Si observamos cuán poderoso se ha tornado el evangelio en unos muy pocos años, a pesar de la persecución y la tortura, la muerte y la confiscación, y a pesar del pequeño número de predicadores, vemos que la palabra ha sido proclamada por toda la tierra. Griegos y bárbaros, doctos e indoctos se han unido a la religión de Jesús. No podemos dudar que esto va más allá de los poderes humanos, puesto que Jesús enseñó con autoridad y la persuasión necesaria para que la palabra se estableciera.”

 

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