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La represión del cielo

Los marineros tuvieron miedo y cada uno clamaba a su dios. Luego echaron al mar los enseres que había en la nave, para descargarla de ellos. Mientras tanto, Jonás había bajado al interior de la nave y se había echado a dormir. Entonces el patrón de la nave se le acercó y le dijo: «¿Qué tienes, dormilón? Levántate y clama a tu Dios. Quizá tenga compasión de nosotros y no perezcamos». (Jonás 1.5–6)

¿Por qué dormía Jonás? Cuando yo era joven, fui llamado a cumplir con el servicio militar obligatorio en mi país. Fui sorteado, según el método de distribución que se usaba en ese tiempo, y salí destinado a la marina. Pasados unos meses dentro de ese cuerpo, salimos embarcados en un buque de guerra hacia unas bases navales lejanas. A los tres días de zarpar, sin embargo, se desató una feroz tormenta que nos golpeó sin cesar durante dos días y dos noches. Hasta los marineros veteranos estaban descompuestos por los violentos movimientos del barco. Al tercer día una alarma nos despertó a la madrugada. El barco estaba a punto de hundirse. No recuerdo haber visto en esta oportunidad a nadie durmiendo en esa situación. Al contrario, la desesperación y el miedo estaban dibujados en el rostro de la mayoría. Cada uno buscaba calmar su ansiedad a su manera. ¡Pero nadie dormía!

¿Por qué dormía Jonás? Pienso que el alivio de haber escapado de la misión que se le había encomendado era tan intenso que Jonás se podía dar el lujo de descansar un poco. ¿Cómo podía tenerle miedo a una tormenta cuando había escapado de la tarea de predicar el arrepentimiento a los asirios? ¡Esto ni se comparaba con aquello otro! Su insensatez había producido en él un falsa ilusión de seguridad.

Cuando hemos elegido el camino de la desobediencia, Dios echa mano de lo que necesita para reprendernos. Muchas veces ha usado a los paganos que están en tinieblas, como voceros del Altísimo. Hasta un asno puede ser su instrumento, como lo fue en el caso de Balaam (Nm 22.21–31). En este caso, el mismo capitán del barco vino a reprender a Jonás, exhortándolo a hacer lo que debería haber hecho desde un primer momento: clamar a Dios.

El hecho es que no podemos desobedecer a Dios en una cosa, sin que sean afectados otros aspectos de la vida. La desobediencia en un área acarrea consecuencias para toda la vida. Cuando Jonás le dio la espalda al Señor, comenzó a transitar por ese peligroso camino donde se intenta seguir a Dios «a nuestra manera». El pecado produce en nosotros un adormecimiento que nos lleva a perder toda sensibilidad espiritual. En el Salmo 32.9, el autor nos dice que la persona que no confiesa sus pecados es como «el caballo, o como el mulo, sin entendimiento, que han de ser sujetados con cabestro y con freno». En un sentido figurado, cuando escogemos darle la espalda a Dios, él deberá sujetarnos con «cabestro y freno», porque el diálogo ya no funcionará en nuestro caso.

Para pensar:

«Un poco de pecado sumará dificultades a tu vida, restará fuerzas a tus energías y añadirá contratiempos a tu andar». Anónimo.

Shaw, C. (2005) Alza tus ojos. San José, Costa Rica, Centroamérica: Desarrollo Cristiano Internacional.

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