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RepresiĆ³n divina

Pero Dios dijo a JonĆ”s: ĀæTanto te enojas por la calabacera? Mucho me enojo, hasta la muerte, respondiĆ³ Ć©l. Entonces JehovĆ” le dijo: TĆŗ tienes lĆ”stima de una calabacera en la que no trabajaste, ni a la cual has hecho crecer, que en espacio de una noche naciĆ³ y en espacio de otra noche pereciĆ³, Āæy no tendrĆ© yo piedad de NĆ­nive, aquella gran ciudad donde hay mĆ”s de ciento veinte mil personas que no saben discernir entre su mano derecha y su mano izquierda, y muchos animales? (JonĆ”s 4.9ā€“11)

Los grandes maestros saben que las palabras son solamente una de las muchas herramientas que tienen a su alcance. Entienden que el hombre aprende mĆ”s por lo que ve y experimenta que por lo que escucha. Por eso, no pierden oportunidad para presentar sus enseƱanzas de manera que el hombre sea impactado en la totalidad de su ser por la lecciĆ³n a enseƱar. El devocional de hoy presenta una de esa clase de lecciones.

Dios sabe lo propenso que es el hombre a aferrarse rĆ”pidamente a los regalos que recibe, especialmente cuando estos tienen que ver con el mundo material. El SeƱor anticipa esta tendencia y hace crecer una calabacera junto a JonĆ”s. La reacciĆ³n del profeta era predecible; ni bien JonĆ”s se habĆ­a acomodado debajo la frondosa planta, que le brindaba una deliciosa sombra en medio del desierto calcinante, comenzĆ³ a sentirse dueƱo de ella. Cuando, al dĆ­a siguiente, la planta se secĆ³, el profeta lo lamentĆ³ como si hubiera perdido a un ser querido.

El contraste que Dios logra con su admirable ilustraciĆ³n deja a la vista el egoĆ­smo del profeta. Su reacciĆ³n delata cuĆ”n apartados son nuestros intereses de las cosas que realmente importan al corazĆ³n del Padre. Nos preocupamos principalmente por aquello que contribuye a nuestro propio bienestar. Un rĆ”pido recorrido por los temas que son parte de nuestra vida de oraciĆ³n revelarĆ”n cuĆ”n centrados estamos en lo nuestro.

ĀæCĆ³mo librarnos de esta tendencia a preocuparnos por lo efĆ­mero y pasajero? Si no logramos este quiebre con lo transitorio, nuestros ministerios siempre sufrirĆ”n de una perspectiva mezquina y terrenal. No serĆ”, sin embargo, ningĆŗn esfuerzo humano el que logre esta transformaciĆ³n en nosotros. Al contrario, esto lograrĆ” que la carne se exprese con mayor fuerza, pues Ā«los designios de la carne son enemistad contra Dios, porque no se sujetan a la Ley de Dios, ni tampoco pueden; y los que viven segĆŗn la carne no pueden agradar a DiosĀ». (Ro 8.7ā€“8).

Para pensar:

La lecciĆ³n de hoy nos lleva a una de esas escenas bĆ­blicas donde Dios abre su corazĆ³n y permite que veamos lo que a Ć©l le interesa. Comparte con el profeta su insondable compasiĆ³n. En este acto tenemos la respuesta a la transformaciĆ³n que necesitamos, si no hemos de aferrarnos a las cosas que son pasajeras y sin importancia. La soluciĆ³n estĆ” en percibir el corazĆ³n de Dios. Y esto solamente serĆ” posible si nos acercamos a Ć©l y permitimos que Ć©l lo comparta con nosotros. La compasiĆ³n es mĆ”s producto del contagio que del esfuerzo. AcerquĆ©monos, pues, a su persona para ver lo que no podremos ver de lejos.

Shaw, C. (2005) Alza tus ojos. San JosƩ, Costa Rica, CentroamƩrica: Desarrollo Cristiano Internacional.

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