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Obediencia a medias

Jehová había dicho a Abram: «Vete de tu tierra, de tu parentela y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré…» Se fue Abram, como Jehová le dijo, y con él marchó Lot. (Génesis 12.1, 4)

La consigna que Dios le dio a Abram era bastante clara: «vete de tu tierra y de tu parentela». Abram hizo exactamente eso; se levantó y abandonó la casa de su padre y la tierra, junto a sus costumbres, sus contactos y toda una vida construida en ese lugar. Salió hacia lo desconocido, una tierra prometida que ni siquiera sabía dónde estaba. Hasta ese momento, todo iba bien.

En la orden de dejar atrás a su parentela, sin embargo, Abram se enfrentaba a un verdadero desafío. Esto tenía que ver con el sentido de responsabilidad que Abram tenía hacia el hijo de su hermano. Existía también la posibilidad de que Abram no quisiera largarse a esta aventura solo, y por eso procuró la compañía de un hombre más joven, como lo era Lot. La verdad es que decenas de razones podrían justificar la acción del patriarca.

He aquí nuestra mayor dificultad en llevar adelante las obras que se nos han encomendado. Lejos de entender que Dios no es nuestro socio, tenemos siempre una abundancia de razonamientos para argumentar que sería mejor hacer las cosas de otra manera. Con dificultad reprimimos el deseo de hacer las cosas a nuestra manera la tentación de realizar pequeñas modificaciones a las instrucciones recibidas, de manera que obedecemos pero «a nuestra manera».

Abram cumplió gran parte de lo que se le había mandado hacer. Quizás deberíamos reconocer que fue mucho lo que hizo, ya que no era fácil el sacrificio de darle la espalda a todo lo que le daba seguridad en la vida. Pero el valor del sacrificio que realizó se vio disminuido por esa pequeña frase que sigue al relato, casi como un apéndice de la historia principal: «con él marchó Lot».

Echemos un vistazo a las consecuencias que le trajo esta decisión. Ni bien se había establecido el patriarca en la tierra, los pastores de Lot comenzaron a pelear con los de Abram por los lugares de pastura. Abram tuvo que intervenir y realizar una separación de tierras (Gn 13.1–18). Más adelante, se vio envuelto en una misión de rescate en medio de las abominaciones de la ciudad donde su sobrino vivía, Sodoma (Gn 18.16–33). Ambas situaciones trajeron complicaciones innecesarias a la vida del patriarca. Más serio que esto, sin embargo, fueron las consecuencias a largo plazo. Los descendientes de Lot, los moabitas y los amonitas, se convirtieron en un verdadero aguijón en la carne para los descendientes de Abram (Gn 36–38).

La obediencia incondicional descansa sobre una convicción de que Dios es bueno y sabe bien lo que hace. Mientras haya en nosotros alguna duda al respecto, siempre nos sentiremos tentados a modificar en algo sus instrucciones para nuestras vidas. Lo que no poseemos, sin embargo, es la capacidad de anticiparnos a las consecuencias de ello. Cultivemos, entonces, la disciplina de la obediencia absoluta. Es el camino que eligió el Hijo, aun teniendo comunión perfecta con el Padre.

Para pensar:

«Jesús ha hablado; suya es la Palabra, nuestra la obediencia». D. Bonhoeffer.

Shaw, C. (2005) Alza tus ojos. San José, Costa Rica, Centroamérica: Desarrollo Cristiano Internacional.

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