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Raíces de amargura

Buscad la paz con todos y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor. Mirad bien de que nadie deje de alcanzar la gracia de Dios; que ninguna raíz de amargura, brotando, cause dificultades y por ella muchos sean contaminados. Hebreos 12.14–15 (LBLA)

Este pasaje presenta varios puntos interesantes sobre el problema de la raíz de amargura en la vida de los cristianos. Primeramente, observe que el contexto del problema se encuentra en el marco de las relaciones interpersonales. El pasaje comienza animando a los hebreos a que procuren vivir sus relaciones en un ámbito de paz y santidad. Esto quiere decir llevar la interacción con otras personas a una dimensión totalmente diferente a la que usualmente se ve entre los que no son de la casa de Dios. Las relaciones deben estar caracterizadas por una pureza y un bienestar que testifican el obrar del Espíritu en todo momento. Los conflictos y las diferencias se resuelven dentro de un marco de armonía y respeto mutuo.

Es justamente con esta perspectiva, entonces, que se puede entender la advertencia contra la manifestación de una raíz de amargura. El término que usa el autor «raíz de amargura» es particularmente gráfico. La raíz de la planta es la parte que no se ve. Desciende a lugares desconocidos e invisibles para el hombre. Pero cumple una función vital en la planta, pues la alimenta y nutre a diario. De la misma manera, una raíz de amargura se instala en los lugares más escondidos y oscuros del alma. Por esta razón es difícil detectar exactamente dónde se ha alojado, aunque sus despreciables frutos son fácilmente visibles. Desde este lugar escondido alimenta y condiciona la vida de la persona.

Aunque su detección es difícil, el versículo anterior señala cuál es el contexto propicio para su surgimiento. Todos aquellos conflictos e injusticias que el ser humano vive -que forman parte intrínseca de la vida, y no son resueltas espiritualmente, proveen el terreno fértil para la raíz de amargura. Su mismo nombre describe la clase de «planta» que es. Su característica es ese estado de disgusto y acidez que tiñe todas las cosas y no nos permite pensar ni hablar de otra cosa sino del mal que hemos vivido. ¡Entre las víctimas más claras de la raíz de amargura se encuentra el gozo! La solución a su insidiosa influencia es la gracia de Dios. Por esta razón el autor anima a que ninguno deje de alcanzar la gracia, ese elemento divino que permite resolver correctamente las situaciones más devastadoras.

En último lugar, debemos notar que la raíz de amargura se hace fuerte primero en la vida de una persona, pero luego contamina a los de su alrededor. Su influencia va enfermando a los que antes estaban sanos. Por eso urge que sea enérgico el proceso de detectarla y arrancarla.

Para pensar:

Oísteis que fue dicho: «Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo». Pero yo os digo: «Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os odian y orad por los que os ultrajan y os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos y llover sobre justos e injustos» (Mt 5.43–45).



Shaw, C. (2005) Alza tus ojos. San José, Costa Rica, Centroamérica: Desarrollo Cristiano Internacional.

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