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Votos desesperados

Invoqué en mi angustia a Jehová, y él me oyó; desde el seno del seol clamé, y mi voz oíste… Cuando mi alma desfallecía en mí, me acordé de Jehová, y mi oración llegó hasta ti, hasta tu santo Templo. Los que siguen vanidades ilusorias, su fidelidad abandonan. Mas yo, con voz de alabanza, te ofreceré sacrificios. Cumpliré lo que te prometí. ¡La salvación viene de Jehová! (Jonás 2.2, 7–9)

El trato de Dios es normalmente el del silbo apacible. Como dice el profeta Isaías, su estilo no es clamar ni levantar la voz (42.2). El corazón tierno del Señor le lleva a tratar con cariño y paciencia a los suyos, esperando que respondan a este trato personalizado. A veces, sin embargo, sus palabras no toman este camino. Lo intenta una, dos o tres veces. Luego, debe optar por métodos más dramáticos. Tal es el caso de Jacob, que luchó con Dios hasta el amanecer, o el caso de Pedro, que debió transitar por el camino de la negación para entender las palabras de Cristo.

Así también aconteció en la vida de Jonás. Resulta evidente que el profeta ya estaba quebrantado por su falta de obediencia. Pero su quebrantamiento no le había conducido a la presencia de Dios para confesar la rebeldía de sus caminos. Su tristeza era de muerte y, alocadamente, se había lanzado al mar. Al Señor, sin embargo, le interesa la tristeza que produce vida, «porque la tristeza que es según Dios produce arrepentimiento para salvación» (2 Co 7.10). En cuanto Jonás entró en el vientre del pez se acordó de Dios y elevó a él una oración desesperada.

Note que su oración, además, incluye votos y promesas al Señor. Esto es típico de las oraciones que hacemos en situaciones límites. Nos interesa mayormente poder salir de la situación y, para convencer a Dios de que debe intervenir, le realizamos juramentos que cumpliremos ni bien nos saque de la situación en la cual estamos.

Estas promesas, que delatan la falta de entendimiento acerca de quién es Dios, rara vez producen cambios en nuestras vidas. Normalmente las olvidamos tan pronto como haya pasado la tormenta. Las olvidamos porque no son la expresión de un corazón de devoción, sino simplemente los ingredientes de una transacción entre dos partes: «Tú me salvas y yo, a cambio, te doy esto otro». ¡Reducen la vida cristiana a un plano meramente comercial!

Necesitamos redescubrir el corazón bondadoso de nuestro Padre celestial. Su amor no necesita ser comprado. Él siempre está dispuesto a bendecir e intervenir en nuestras vidas. Pero, como dice el psicólogo cristiano Larry Crabb: «cuando nuestra más fuerte pasión es resolver nuestros problemas, buscamos un plan a seguir más que una persona en quien confiar». No permita que su relación con Dios ingrese en este plano. Cultive su pasión a diario y no tendrá necesidad de hacer votos desesperados en medio de las crisis.

Para pensar:

¿Recuerda alguna vez en la cual haya hecho votos desesperados a Dios? ¿Cómo le fue con el cumplimiento de ellos? ¿En qué situaciones se ve tentado a negociar con Dios? ¿Cómo puede avanzar hacia una relación más personal con él?

Shaw, C. (2005) Alza tus ojos. San José, Costa Rica, Centroamérica: Desarrollo Cristiano Internacional.

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