Escribir acerca del crecimiento de la iglesia es un tema que puede generar mucha reflexión, especialmente cuando uno se enfrenta a la avalancha de modelos, estrategias y métodos que se han implementado en diversas congregaciones. Desde libros hasta seminarios, las propuestas son innumerables, y cada una tiene algo diferente que ofrecer. Sin embargo, me gustaría comenzar con una realidad crucial que a veces olvidamos: el crecimiento de la iglesia no depende de nuestras capacidades ni de nuestras estrategias humanas. El apóstol Pablo lo dejó claro en 1 Corintios 3:6, donde afirma que algunos siembran y otros riegan, pero es Dios quien da el crecimiento.
Por eso, antes de entrar en cualquier modelo o estrategia, quiero recordar la importancia de la humildad. Si tu iglesia está creciendo, no es motivo para el orgullo personal, sino para la gratitud hacia Dios, quien en Su gracia ha permitido ese avance. Como líderes, debemos reconocer que no somos los protagonistas del crecimiento; somos meros colaboradores en el plan divino.
A lo largo de estos 13 años sirviendo en una iglesia de 87 años de existencia, he aprendido algunas lecciones valiosas que quiero compartir desde mi experiencia. No vengo a ofrecerte una fórmula mágica ni un método garantizado para el éxito, porque cada contexto es único. Lo que sí puedo hacer es contarte las prácticas que hemos implementado y que, por la gracia de Dios, han dado buenos frutos en nuestra congregación.
Entendiendo el Crecimiento
Es fácil caer en la trampa de medir el éxito solo por el crecimiento numérico, pero eso puede ser peligroso si no se acompaña de una verdadera profundidad espiritual. De la misma manera, una iglesia que se enfoca solo en la formación interna sin buscar crecimiento puede volverse estancada. Tal como un cuerpo sano crece de manera natural cuando está bien nutrido, una iglesia firmemente arraigada en la Palabra de Dios producirá creyentes saludables que se multiplican y traen a otros a la fe.
Algunos ven en las megaiglesias un ejemplo a seguir, mientras que otros defienden las pequeñas congregaciones. En mi opinión, el tamaño no es lo más importante. Lo que realmente importa es la salud espiritual de la iglesia. Y la sanidad no se mide únicamente por la cantidad de asistentes ni por el conocimiento teológico, sino por el impacto real que tiene en la vida de sus miembros y en su comunidad.
Motivación Correcta
El deseo de ver crecer la iglesia es legítimo, pero es crucial preguntarse por qué queremos que eso suceda. En mis primeros años de ministerio, debo admitir que mi motivación no siempre fue la más pura. Me imaginaba predicando en auditorios grandes y siendo reconocido como un líder exitoso. Sin embargo, a lo largo de los años, Dios ha trabajado en mi corazón, ayudándome a madurar y a alinear mis deseos con los Suyos. Hoy, busco más ver el crecimiento como una oportunidad de servir a las personas y guiarlas hacia Cristo.
El profeta Ezequiel nos advierte sobre los líderes que se enfocan en sí mismos, descuidando el rebaño (Ezequiel 34:1-2). Es un recordatorio constante de que nuestro trabajo no debe estar centrado en nosotros mismos, sino en la gloria de Dios. Como Pablo dice en 1 Corintios 10:31, todo lo que hagamos debe ser para Su gloria.
Enfoque Claro
Uno de los mayores desafíos que enfrentan muchas iglesias es la falta de enfoque. En nuestra congregación, nos dimos cuenta de que, aunque nuestro deseo era evangelizar, nuestras actividades estaban más orientadas a satisfacer las necesidades internas de los miembros que a alcanzar a los no creyentes. Fue necesario hacer una revisión honesta de nuestro tiempo, recursos y estrategias para realinear nuestros esfuerzos con el propósito de Dios.
Preguntas simples como “¿En qué gastamos más tiempo?” o “¿A qué destinamos más presupuesto?” pueden revelarte mucho acerca de las verdaderas prioridades de tu iglesia. Si tu deseo es ver un crecimiento saludable, deberás estar dispuesto a hacer ajustes, sin comprometer la verdad de Dios, pero sí reevaluando las tradiciones que podrían estar impidiendo el avance.
La Estrategia
En cuanto a nuestra estrategia, fue muy sencilla: predicación bíblica relevante y grupos de discipulado. No se trata de complicar el mensaje de la Biblia, sino de hacerlo accesible y aplicable a la vida cotidiana. Las personas están buscando respuestas en Dios, no en una religión complicada. Predicar la Palabra con profundidad, pero también con relevancia cultural, es clave para conectar con las personas.
El discipulado también jugó un papel fundamental en nuestro crecimiento. Comenzamos con un solo grupo de 10 personas hace 9 años, y hoy en día, el 25% de nuestra congregación está involucrado en algún grupo de discipulado. Este proceso ha sido lento pero firme, y ha brindado una estructura sólida para los nuevos creyentes.
Conclusión
Hacer crecer la iglesia, en última instancia, no es algo que podamos lograr por nuestros propios medios. Es Dios quien hace crecer Su obra. Nuestra responsabilidad es ser fieles, cavar profundo, encontrar esa “agua viva” y hacer nuestra parte en el plan de Dios. Confiemos en que Jesucristo, quien es el más interesado en el crecimiento de Su iglesia, nos guiará y nos dará la fuerza para continuar trabajando en Su viña.
Adaptado y tomado con licencia de la revista LIDER 625, edición 05, IGLESIAS QUE CRECEN/ENVEJECEN: Pág. 14-15.
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